Avelino pronto se aficionó a la lectura. De niño devoraba los libros de “Los Cinco en Peligro”, de “Los Hollister” y los de “Elige tu Propia Aventura”.
Creció y ningún clásico de la literatura se le resistía. Desde “La Celestina” de Fernando Rojas a “La Odisea” de Homero, pasando por “Así Hablo Zaratustra” de Nietzsche y “Crimen y Castigo” de Dostoievski.
Pero cuando llegó a sus manos un ejemplar de “El Quijote”, sintió algo especial. Las aventuras y desventuras del ilustre hidalgo y su escudero, de los molinos y gigantes, le apasionaron de tal manera que nació en él una obsesión por descubrir más y más acerca de su autor, y olvidarse del resto.
Empezó a estudiar cada detalle de Cervantes, viajó a Alcalá de Henares, su lugar de nacimiento, y recorrió cada rincón que tuviera relación con él. En Internet, usaba de nick, Miguel de Cervantes, y cambió la foto de presentación en su Facebook.
Incluso cuando se miraba al espejo ya no se veía como Avelino.
Sabía tanto del Quijote y de su autor que impartió conferencias, concedió entrevistas en radios y televisiones, le publicaron entrevistas y algún que otro libro.
Un día se dio cuenta de la fecha que indicaba el calendario y le temblaron las piernas.
Tomado de
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