miércoles, 1 de diciembre de 2010

Suicidio experimental – Sergio Gaut vel Hartman


No tenía hambre; funcionaba apenas, como en piloto automático. Oyó una melodía, y hubiera querido responder con otra. Luego comió la bazofia, de pie ante la ventana del balcón, mirando el patio desierto, inundado por la luz del reflector. ¿No podían plantar árboles? ¿Ni siquiera uno? Sus pensamientos avanzaban en un hilo débil; y en verdad no eran pensamientos, apenas trozos y retazos. Quizás éstos sean los nuevos métodos de investigación, pensó. Permitió que los tonos se empujaran entre sí como cuerpos de títeres sacudidos por descargas epilépticas. La revolución científica y tecnológica, y todo eso, reflexionó, o le pareció que lo hacía. Una conducta libre y fácil, y un ataque psicológico, directo a la glándula pineal. Pero el coñac, eso no estaba claro para nada. ¿Para qué el coñac? Piloto automático, control automático. Ni siquiera el sol parecía capaz de emitir calor o radiación coherente. ¿Y si realmente fuera una invasión extraterrestre, como cacareaban los delirantes de turno? La máquina, como si una súbita revelación la hubiera ubicado en una situación vulnerable, lo volvió a castigar con sonidos discordantes, sonidos que se desprendían de otros sonidos como la piel de una víbora. Tomó el micrófono y se puso a dictar a toda velocidad. —No tengo nada que perder —dijo—. Usaré lo que quede registrado sin pensar que todo es rémora, jirones de sueños, bagatelas. —Se apoyó en la rama, usándola como báculo, salió de la casa, y en el punto de intersección se dejó atropellar por el primer auto que pasó por allí. Los invasores congelaron el cuerpo y se tomaron una apreciable cantidad de tiempo, veinte años, tal vez cien, antes de revivirlo.

http://grupoheliconia.blogspot.com/2010/11/sergio-gaut-vel-hartman.html

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