No escribía nada desde hacía años. Su primera y última novela —“La tercera Pitada”—, devenida rápidamente en best seller, lo había dejado exhausto y sin ideas, como le ocurrió a Juan Rulfo después de Pedro Páramo. Los amigos intentaban ayudarlo, los fans llenaban su casilla de e-mail, la esposa lo amenazaba y le decía que, de no volver a escribir, tendría que ponerse a trabajar de otra cosa. Incluso, con el tiempo salió al aire un programa de televisión, al que titularon “Una idea para Lorenzo”, y que prácticamente consistía en un casting en el que varias personas presentaban ideas, tramas, argumentos, para ayudarlo a vencer el síndrome de la página en blanco que, sin duda, él tenía.
Pero nada sirvió. Lorenzo Mikópulos siguió obstinado en su silencio y, ya octogenario y casi con lo último que le correspondía de los derechos de autor de “La tercera Pitada”, se compró una casa en el Caribe holandés y se mudó solo, lejos de todo aquel que pudiese insistir con que debía seguir escribiendo.
Esa mudanza, sin embargo, fue interpretada por algunos como un rapto de ascetismo y, en consecuencia, lo empezaron a leer también los religiosos, muchos de los cuales incluso comenzaron a hacer peregrinaciones hacia su casa. Hay testigos que aseguran haberlo escuchado insultando en un estilo blasfemático típico del sur de Italia, de donde él no proviene. Eso le ganó también la simpatía de los italianos y, finalmente, el libro terminó siendo traducido a todos los idiomas del mundo, inclusive a los de aquellos pueblos o etnias que aún no han llegado a la escritura, para los cuales se editó también en versión de audio.
Luego de haber rechazado en innumerables ocasiones el premio Nobel de Literatura, Lorenzo Mikópulos falleció un 15 de abril por la madrugada, mientras fumaba —según se dice— y miraba el mar embravecido por el ventanal de su dormitorio. Aún hoy piratas de las letras provenientes de todas partes del mundo —y en especial, de Inglaterra— buscan textos ocultos que, según parece, estarían enterrados en algún lugar de la isla y que el sólo hecho de leerlos provocaría un mutismo perpetuo.
Asimismo, para completar la miti-canonización, el programa “Una idea para Lorenzo” fue reemplazado por otro de nombre “Recordando a Lorenzo”, e incluso surgieron varios programas nuevos, como “La voluta de humo de Lorenzo”, “Lorenzo en la playa”, “Los primeros años de Lorenzo”, “Interpretando a Lorenzo”, “Misterios de Lorenzo” y “La verdad sobre Lorenzo” —este último conducido por el gentleman asiático Ching Gelblung— en el que, por cierto, se asegura que Lorenzo Mikópulos en realidad nunca existió —por lo tanto, nunca pudo haber escrito nada—, que “su nombre carece de referente”, y que todo fue una construcción discursiva y propagandística de las grandes editoriales burguesas, ya en agonía por el predominio de las imágenes sobre la letra impresa.
Esos rumores, no obstante, poco importaron. Los adoradores y el público en general no se detuvieron en la frivolidad de la existencia fáctica de un cuerpo en una superficie. Fenómeno tan grande —concuerdan— se hubiese producido de cualquier modo, aún sin ese detalle. Quizás tengan razón. La historia está llena de casos así.
Pero nada sirvió. Lorenzo Mikópulos siguió obstinado en su silencio y, ya octogenario y casi con lo último que le correspondía de los derechos de autor de “La tercera Pitada”, se compró una casa en el Caribe holandés y se mudó solo, lejos de todo aquel que pudiese insistir con que debía seguir escribiendo.
Esa mudanza, sin embargo, fue interpretada por algunos como un rapto de ascetismo y, en consecuencia, lo empezaron a leer también los religiosos, muchos de los cuales incluso comenzaron a hacer peregrinaciones hacia su casa. Hay testigos que aseguran haberlo escuchado insultando en un estilo blasfemático típico del sur de Italia, de donde él no proviene. Eso le ganó también la simpatía de los italianos y, finalmente, el libro terminó siendo traducido a todos los idiomas del mundo, inclusive a los de aquellos pueblos o etnias que aún no han llegado a la escritura, para los cuales se editó también en versión de audio.
Luego de haber rechazado en innumerables ocasiones el premio Nobel de Literatura, Lorenzo Mikópulos falleció un 15 de abril por la madrugada, mientras fumaba —según se dice— y miraba el mar embravecido por el ventanal de su dormitorio. Aún hoy piratas de las letras provenientes de todas partes del mundo —y en especial, de Inglaterra— buscan textos ocultos que, según parece, estarían enterrados en algún lugar de la isla y que el sólo hecho de leerlos provocaría un mutismo perpetuo.
Asimismo, para completar la miti-canonización, el programa “Una idea para Lorenzo” fue reemplazado por otro de nombre “Recordando a Lorenzo”, e incluso surgieron varios programas nuevos, como “La voluta de humo de Lorenzo”, “Lorenzo en la playa”, “Los primeros años de Lorenzo”, “Interpretando a Lorenzo”, “Misterios de Lorenzo” y “La verdad sobre Lorenzo” —este último conducido por el gentleman asiático Ching Gelblung— en el que, por cierto, se asegura que Lorenzo Mikópulos en realidad nunca existió —por lo tanto, nunca pudo haber escrito nada—, que “su nombre carece de referente”, y que todo fue una construcción discursiva y propagandística de las grandes editoriales burguesas, ya en agonía por el predominio de las imágenes sobre la letra impresa.
Esos rumores, no obstante, poco importaron. Los adoradores y el público en general no se detuvieron en la frivolidad de la existencia fáctica de un cuerpo en una superficie. Fenómeno tan grande —concuerdan— se hubiese producido de cualquier modo, aún sin ese detalle. Quizás tengan razón. La historia está llena de casos así.
1 comentario:
Hola Gonzalo, quizás existan muchos Lorenzos, aunque creo que tarde o temprano, la Musa vuelve.Me gustó mucho, un saludo grande. Neli ♣
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