Tengo que enfrentarme a las horas, y después a las horas que siguen a éstas.
Michael Cunningham
Soy. Nací con espejo. Moriré en este lugar llamado, simplemente, Leprosario de Mujeres. Antes, cuando las horas eran una avenida ancha y vacía, tenía una fuerza: el completo amor. Antes, la caricia corre que corre al viento de los columpios; la palabra era vigorosa, con incrustaciones de ternura; se unían las manos tibias a la promesa de seguir siempre mirando el mismo cuerpo, único y múltiple. No importaba el futuro y, si importaba, era como paladear grosellas o gastar los zapatos subiendo y bajando cerros, a oscuras para, después, alinear la boca a la luna, besarla con la lengua del pasto húmedo.
Uniones felices. Risas en el inicio del oído. El completo amor venía a bañarme en olas sin tacha y me hundía en él, sin pensar, me entregaba sin decir nada que pudiera quebrar el reflejo de mi propia imagen. No recuerdo cuándo llegué aquí. Quizás alguien me trajo con vendas en los ojos y me dijo: Siéntate y espera. El amor se deshacía de mí por tener la carne rota. O era el odio enamorado de mis pústulas. Y yo esperé mi completud, mientras las otras me trenzaban el silencio con sus bozales amarillos. Y yo creí con todo mi corazón que sería capaz de vencer a la vida misma, montarme en los molinos de viento y cabalgarlos. ¡Arre!, ¡arre!, vida, llévame de aquí. Pero, ella, ahora sé, me sentó en la portería y dijo: Espera. Y yo esperé, esperé con las limosnas descosiendo el bolsillo de mi pequeña alma mugrienta.
2 comentarios:
¡Brillante, Lilian! Una brillantez oscura y triste, es cierto, pero no por ello menos deslumbrante.
Qué lindo comentario, Sergio.
Muchas gracias.
Un abrazo, Lilian.
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