Después de un montón de pelotas que salieron disparadas y nunca volvieron, los chicos salieron al callejón para ver si habían aterrizado por ahí. Lo que estaban tratando de hacer era proyectarlas fuera de la atmósfera usando el lanzamisiles casero de Timmy. Lo habían cargado con pelotas de béisbol, de básquet, de fútbol, de tenis que habían afanado de la zona de pastizales cerca de los campos de juego. Y ya no les quedaban pelotas.
La cosa es que no encontraban pelotas por ningún lado. El grupo miraba hacia el azul impermeable de arriba, pero no ocurría nada. Susie propuso usar pelotas de trapo pero al resto le pareció una zoncera. Ralph se ofreció entrar a la escuela y robar los globos de las luminarias, pero el vandalismo en el nombre de la ciencia estaba permitido hasta cierto punto.
Fue Betty, la más malvada de la banda, quien apuntó sin mediar palabra a la guillotina casera de Timmy, que después del proyecto del mes pasado sólo estaba en el rincón del garaje juntando telarañas. En un par de segundos, todo el resto aprobó la idea.
El cartero fue fácil de convencer para llevarlo al garaje. Pusieron su cadáver en los tachos de basura afuera y lanzaron la cabeza. Subió y se perdió en lo alto con sus ojitos todavía arrugados y una sonrisa de lo más amable. Los maestros de la escuela fueron más difíciles de seducir. Los chicos deshicieron diccionarios y los enrollaron con ellos, palabra por palabra. El de gimnasia fue el que luchó más. Todos cansados del juego después de eso.
Esa tarde, Betty vio caer la primer bola de tenis al patio, seguida por un golpe sordo de dos pelotas de básquet. Se acomodó en el alféizar de la ventan a esperar.
Traducción del inglés: Héctor Ranea.
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