Eran sobre las diez de la mañana cuando sonó el timbre de la puerta. "Será algún amigo", pensé. Inmediatamente rectifiqué... "¡Pero si no tengo amigos! Bueno... apenas tengo amigos".
Miguel no podía ser, a esas horas ya estaría trabajando. Él es pintor. Cubista. Suele ir con un cubo de pintura a casa de sus clientes. Y Rafa... no, tampoco creía que pudiera ser. Mis últimas noticias sobre él eran que estaba en alguna excavación arqueológica en África a la búsqueda de restos de dinosaurio. Así que la única manera de saber quién llamaba, fue ir a echar un vistazo a través de la mirilla.
La mirilla de la puerta de casa es de tan mala calidad que parece que uno viera lo que hay al otro lado a través de unas gafas mal graduadas. Veía un tipo aparentemente bien vestido, trajeado. Pero no tenía ni idea de quién podría ser. "Algún vendedor", pensé. Entonces me puse en "modo vendedor". Ya preparaba mentalmente mis argumentos para no comprar: "Móvil ya tengo. ¿Que el suyo es Tres Ges? El mío tiene cuatro al menos, es un Gaggingyong, una marca coreana excelente". "¿Internet? No, gracias. Dejé de usarla". "No, no necesito un robot cocinero. Almuerzo fuera de casa". "¿Un seguro de vida? No soy creyente". Ah no, esa última respuesta era para los Testigos de Jehová.
Cuando abrí la puerta, vi a un señor con aire intelectual que no parecía vender nada. Era más bien bajito, con un traje de más apariencia que calidad, algo rozado por el uso, sobre todo en la zona de los codos, y aspecto de no haberse duchado en muchos días.
—¿Qué desea? —pregunté, saliendo de "modo vendedor" y tratando de mostrarme educado.
—Soy Alberto Curado. Crítico literario.
—Ahhhh... bien, encantado. Yo soy Ernesto Domínguez —dije tendiéndole la mano, que ignoró haciendo como si buscara algo en el bolsillo de su chaqueta—. Pero eso seguro que usted ya lo sabe. ¿Qué le trae por aquí?
—Vengo a arruinarle su carrera literaria...
—¿Carrera? Si yo no tengo prisa —contesté en tono burlón.
—¿Así que con esas andamos? ¡No sabe usted con quién está hablando!
—¡Claro que lo sé! Usted acaba de presentarse.
—¿Va a seguir haciendo bromas? —gritó con un énfasis que comenzó a preocuparme.
Y entonces vino el momento que siempre había estado temiendo. El crítico estaba enrojecido de ira y me señaló con su índice usándolo como un espadachín, mientras decía:
—Tengo sus primeros escritos. Y sólo tendría que publicarlos para que no pudiera salir más de esta casa sin sentirse avergonzado.
—¿Mis... mis... primeros escritos? ¿Pero cómo, dónde los ha conseguido? —pregunté balbuceando, temiéndome la respuesta.
—Los saqué de su primer blog, antes de que los borrara cuando empezó a ser algo conocido —respondió con una sonrisa de satisfacción que sólo es capaz de mostrar un crítico cuando siente que te ha hundido.
—Esto... ¿quiere tomar algo, hablamos con más calma, podemos llegar a un acuerdo...?
—¿Trata de sobornarme? Ahora es cuando va a enterarse de verdad de quién es Alberto Curado, Alberto Curado, Curado, Curado, Curado... ado... ado... —su nombre comenzó a rebotar en mi cerebro como un eco que nunca se acababa de extinguir.
Y así fue. En pocos meses, ese crítico de pesadilla se había convertido en mi Krueger particular. Todas las revistas literarias, programas de televisión y emisoras de radio, se mofaban de aquellos primeros textos que no tuve la habilidad de haber firmado con seudónimo. Precisamente ahora, que había ganado algunos concursos literarios de renombre y estaba empezando a ser traducido y reconocido internacionalmente.
Tendré que empezar de nuevo, desde cero. Quizá me abra algún blog y publique con otro nombre. Y quizá, también, éste se convierta en mi primer relato.
5 comentarios:
Todos tenemos un muerto en el placard.
Yo suelo adoptar argumentos varios para justificar alguno relatos que he firmado y son realmente impresentables. Pero no reniego de ellos; fueron necesarios para aprender lo poco que he aprendido y de ellos surgieron algún que otro relato del que estoy orgulloso independientemente de premios o repercusión que hayan tenido o no.
Miguel, el pintor cubista que anda con cubos de pintura, me suena.
Muy bueno, Javi.
pues escribir, como cualquier arte se perfecciona con el tiempo. uno no escribe su primer obra maestra a la primera.
Ese critico debería sentirse avergonzado, pues los primeros textos sólo son la evidencia de la evolución de un escritor. Qué daría yo por ver los primeros bosquejos de Cortázar o Borjes.
Saludines y muy buen relato.
Miguel, no te equivocas respecto al personaje del cubo de pintura. Ciertamente, fue un guiño. O un cameo. Si lo ves oportuno, habla con tu representante para que negociemos tu caché.
Sofía, los críticos son como el paradigma de las pesadillas de un escritor. Porque, como sabes, en esa profesión, como en tantas otras en las que se emiten juicios de valor, pesan muchas cuestiones. Incluso las personales. Pero bueno, mientras seamos más o menos anónimos, no estaremos sometidos a sus implacables críticas.
Gracias a los dos por estar aquí. Un abrazo.
A mi me gusta como escribe, Sr. Javier López, leo todos sus cuentos acá y sus twitters en "Javi_dice"(:
Saludos!
Maryvell, siento haber tardado tanto en ver este mensaje.
Te agradezco de todo corazón tus palabras.
Un saludo!
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