Era la siesta y los pájaros colgaban sus graznidos de los brotes en las ramas de los árboles.
Nosotros estábamos en un galpón en donde mis abuelos guardaban cosas que ya no usaban, pero que a un niño le servían de herramientas para sus juegos. Mientras mi prima y sus vecinas rasgaban telas de vestidos polvorientos, imaginando trajes de novia, yo buscaba un rastrillo para sembrar semillas de granada, y en mi trepada por muebles carcomidos, cayó al suelo una puerta, dejando al descubierto en un rincón, una pequeña caja abierta con un hombrecito de paja adentro.
Los pájaros callaron. Pero algo aleteaba entre los tirantes del techo.
Al ver la repulsión que el hallazgo provocó en todas las niñas que me acompañaban, reí sorprendido. Me volví al rincón y allí estaba con su cuerpito flácido, vestido con ropa cocida a mano, ya desgastadas.
Mi prima lo miraba fijo, como quien ve u muerto, y murmuraba.
—¡No sirve más! —dijo.
—Le falta un ojo —exclamó una de las vecinitas.
—¡Es horrible!
—¡Me da miedo!
—¡Hicieron brujerías con él! Miren ¡No lo toquen!
Cierto era que el muñeco había sido utilizado como medio de retorcidos fines, ya que estaba tajeado, pinchado, manchado, doblado y debajo había recortes de fotos amarillentas de gente desconocida.
—¿Quién lo agarra? —dije entre risas impostadas, pero con manos trémulas.
No me decidí a jugar con él, como lo hacía con los gorriones agonizantes que cazaba al mediodía.
—Es horrible…
—¡Pisalo!
Mientras yo sonreía, las niñas se acercaban de a pasitos al rincón, como gatas al acecho.
A lo lejos el perro acusaba algún fantasma.
—¡Quemalo!
—¡Hay que tirarlo al pozo!
Mi prima quedó paralizada de miedo, con su boca abierta y espumosa.
El hombrecito de paja se llevó las manos a la cara y echó a llorar amargamente.
Nosotros estábamos en un galpón en donde mis abuelos guardaban cosas que ya no usaban, pero que a un niño le servían de herramientas para sus juegos. Mientras mi prima y sus vecinas rasgaban telas de vestidos polvorientos, imaginando trajes de novia, yo buscaba un rastrillo para sembrar semillas de granada, y en mi trepada por muebles carcomidos, cayó al suelo una puerta, dejando al descubierto en un rincón, una pequeña caja abierta con un hombrecito de paja adentro.
Los pájaros callaron. Pero algo aleteaba entre los tirantes del techo.
Al ver la repulsión que el hallazgo provocó en todas las niñas que me acompañaban, reí sorprendido. Me volví al rincón y allí estaba con su cuerpito flácido, vestido con ropa cocida a mano, ya desgastadas.
Mi prima lo miraba fijo, como quien ve u muerto, y murmuraba.
—¡No sirve más! —dijo.
—Le falta un ojo —exclamó una de las vecinitas.
—¡Es horrible!
—¡Me da miedo!
—¡Hicieron brujerías con él! Miren ¡No lo toquen!
Cierto era que el muñeco había sido utilizado como medio de retorcidos fines, ya que estaba tajeado, pinchado, manchado, doblado y debajo había recortes de fotos amarillentas de gente desconocida.
—¿Quién lo agarra? —dije entre risas impostadas, pero con manos trémulas.
No me decidí a jugar con él, como lo hacía con los gorriones agonizantes que cazaba al mediodía.
—Es horrible…
—¡Pisalo!
Mientras yo sonreía, las niñas se acercaban de a pasitos al rincón, como gatas al acecho.
A lo lejos el perro acusaba algún fantasma.
—¡Quemalo!
—¡Hay que tirarlo al pozo!
Mi prima quedó paralizada de miedo, con su boca abierta y espumosa.
El hombrecito de paja se llevó las manos a la cara y echó a llorar amargamente.
1 comentario:
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Un cordial saludo
Catherine Mejia
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