Mi madre creía en los santos y en los sueños. Interpretaba como señales de buen presagio mis recurrentes experiencias de vuelo nocturno, estrategia que en la mayoría de los casos surgía como única posibilidad para escapar del horror de las pesadillas. Por lo menos yo sí me salvaba cuando salía volando. Ella no. A ella la alcanzaba una suerte de perseguidor y eran sus gemidos en el fondo de la noche lo más parecido a la peor de las pesadillas que jamás tuve. Desde mi cama yo la llamaba varias veces y, no antes de molestarme hasta el enojo, ella despertaba. Entonces nos volvíamos a dormir y por la mañana ese era un asunto del que normalmente no se hablaba.
"El que sueña que se muere, se muere" decía que decían. Yo nunca soñé que me moría y sí que se moría otro, lo que significaba que “le alargaste la vida”. Tampoco soñé que ella se moría y aunque ahora sé que no hubiese ayudado, a veces pienso que se lo debo.
El día que mi madre murió yo estaba lejos de casa. Casa estaba lejos de mí. Durante un tiempo tuve la sensación de que nada me sujetaba a la tierra, que nada ejercía contrapeso del otro lado. Durante un tiempo no supe cuál era el otro lado. Aquello que había aprendido sobre los santos y los sueños se había ido por un agujero; y lo peor de todo es que ya no tenía edad para volar.
(de "Caracoles y piedritas", inédito)
Con autorización de la autora, http://www.lugarnecesario. blogspot.com/
3 comentarios:
Hermoso.
Felicidades !
Buenísimo!
Agradezco los comentarios, KappieG y Ogui. Muchas gracias por leer. Saludos. Iris
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