El Que Vive Más Arriba Que Nadie y Aquel Cuyas Ladillas Son Behemots, se encontraban inertes, suspendidos en el confín del Universo, con trece de sus quince sentidos abotagados, y rodeados por un inmenso velo de niebla gasificada, producida por sus eructos, que se iba extendiendo hacia el infinito, acariciando groseramente las estrellas. Reposaban en el éter, intentando digerir sus últimas desorbitadas comidas y, mientras tanto, conversaban de mente a mente, sin que nada ni nadie los molestase.
—Digestiones tengo últimamente pesadas más. Eon peor cada… ¿algo tú sabes bueno eso para? —preguntó El, entre lamentos síquicos.
—Siento mucho lo. Puedo recomendarte no nada. Me nada sirve —replicó Aquel—. Sed problema es mi. Comida mucha la tras sed.
—¡Oah! Más es eso fácil. Has dime qué vez esta comido última…
—¡Aoh! Pequeño un planeta, más nada. Mucha además tenía agua.
—¡Veo ya! ¿Qué agua de pero clase?
—¿Clase? ¿Clases agua pero que es hay varias de?
—Si eso sal te da tiene sed…
—¿¡Sal?! ¿Sed sal da?
—Supuesto por. Que sabías creía lo…
—Tendré vez próxima la lo cuenta en. Más con planetas salada no agua. Gracias
Y tras esta breve conversación que duró eones, Aquel se quedó dormido, más satisfecho de lo que estaba habitualmente. Por su parte, El, convencido de que el otro estaba ya perfectamente inconsciente y de que nadie podía verlo, se masturbó durante unos instantes, antes de sucumbir al sopor de la digestión y al frío y acogedor entorno cósmico. Su eyaculación se proyectó hacia la negrura a una velocidad fulminante y, a su paso, sacó de su órbita a varios planetas no demasiado grandes, antes de acabar convirtiéndose en un delgado hilo plateado que alcanzó el confín mismo del Universo, golpeando al propio El allí donde debería situarse su nuca.
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