—Me quiero casar con mi perro —dijo el androide contemplando ansioso al juez—. Es este —agregó señalando a un hermoso labrador dorado.
—¡Es una inmoralidad! —exclamó el magistrado. Era un sauce llorón que de leyes no entendía un pimiento y siempre se iba por las ramas; había sido puesto a dedo en el cargo por los h’chuns, los extraterrestres metamorfos trisexuales que invadieron la Tierra en 2012.
—Nos amamos —insistió el androide.
—¡El amor entre máquinas y animales —aulló un curabimanje de la Iglesia Ortodoxa Unificada Universales que actuaba como veedor moral del Tribunal— es iniquidad, blasfemia, sacrilegio, depravación!
—¿Máquina? ¿Adónde está la máquina? —se defendió el androide—. Cien por ciento carne. Toque —concluyó sosteniendo su aparato genital con la mano y adelantándolo para que el religioso procediera a un reconocimiento fáctico del objeto enunciado—. Usted, señor, no sabe distinguir entre un auténtico andro y un mierdoso robot.
—¡Orden! —dijo el sauce sacudiendo su follaje contra el pupitre—. Orden, o hago desalojar la sala.
—Debemos —insistió el prelado—, hoy como ayer, preservar las costumbres tal como fueron dictadas por Dios Todopoderoso. Cualquier intento de alteración de la naturaleza de las cosas debe ser penado con la muerte.
El sauce sintió que la savia se le congelaba en las xilemas y que le corría como fuego por las floemas. En otros tiempos había estado enamorado de un olmo, aunque no llegaron a formalizar porque sus exigencias de que tuvieran descendencia no fructificaron. Su hermana siempre le decía: “no le pidas peras al olmo”. Pero él era terco, y le pedía.
—¡Señor juez! —gritó el androide—. Preste atención a lo que le digo.
—¡Cierre sus oídos, señoría! —reclamó el curabimanje—. No escuche los argumentos espurios y malolientes de este engendro.
—¡Momento! —declaró un h’chun entrando a la sala con su habitual pedantería—. ¿Qué es esto? ¿Discriminación? —El extraterrestre parecía un enorme semáforo destellando luces verdes, rojas y amarillas—. Case a esos dos —concluyó apuntando al sauce con una vara de plata.
—Yo lo hago —dijo el curabimanje, metiéndose donde nadie lo había llamado, y antes de que alguien de seguridad pudiera intervenir, sacó una Uzi, disparó una ráfaga que duró lo que un parpadeo, cortó por la mitad al androide y descabezó al perro.
—¡Qué hizo! —protestó el h’chun.
—¿Qué hizo? —se espantó el sauce.
El curabimanje mostró las palmas de las manos, que lucían como culo de mandril. —Lo que me pidieron que hiciera. ¿Está mal? Los cacé. La homeostasis del universo ha sido restaurada.
—¡Que pase el que sigue! —aulló el ujier.
—Quiero casarme con un botón —dijo el ojal.
http://grupoheliconia.blogspot.com/2010/11/sergio-gaut-vel-hartman.html
6 comentarios:
Un excelentísimo cuento, sarcástico y con varias capas para interpretar. Me sacó una carcajada al irse el sauce por las ramas, y casi una lágrima al percibirlo tan, pero tan, similar a la realidad. ¡Gracias!
Hola!!
Permiteme presentarme soy Sofía, administradora de un directorio de blogs, visité el tuyo y está excelente,
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Exitos con tu blog.
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Sofía
Ésto es brillante y cómico en su desenredo,me gustó muchísimo ,veo que profetizas el aumento de la confusión, aunque dudo nos toque verlo, más queda la esperanza que sorpresivamente alguien invente el eternol.
No sé si ustedes llegarán a verlo. Yo sí. Tengo siete cuerpos en el placard que iré usando puntualmente cada vez que se me gaste el viejo. El eternol está inventado, pero no conviene usarlo porque aún no se ha controlado el efecto rebote: uno llega a los 100, retorna al tiempo de la teta y vuelve a crecer y vuelve a trás y así ad infinitum. Y los dejo porque estoy invitado a un casamiento profetizado por el gran Discepolín: a las 16:00 se desposan la Biblia y el Calefón en el burdel de doña Semelengua Latraba. No me quiero perder los saladitos importados del Mar Muerto: nadie comió nunca algo tan.
Vaya fnal. Execelente!
Muuy Bueno, me sacó varias sonrisas.. Muy logrado, Sergio. Tiene dinámica y te sumerge instantáneamente en el relato.
Saludos!
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