Metió la mano en el tubo, tenía miedo. Gotas de sudor le caían de la frente, una de ellas se le metió en el ojo derecho.
Ardió.
Imposibilitado de limpiarse, sacudió la cabeza.
El tubo se le ciñó más alrededor de la muñeca.
Miró a los otros niños que lo rodeaban, sabía que no debía suplicar. Y temió que sus ojos lo hiciesen por sus labios.
Al fin la tocó.
Sintió la viscosidad subirle por la punta de los dedos, no debía ceder todavía. Metió la mano más al fondo. Con la yema de los dedos sintió sus ojos abiertos, las pestañas duras y la boca rígida.
Deseaba estar con su mamá en ese momento, era la hora de la leche fría y los dibujos animados de la tarde. En vez de eso, debía estar con la mano metida en el tubo de la cloaca.
Pero había sido su culpa, debía recuperar la cabeza de la muñeca, aunque la mano se le llenase de mierda.
Ardió.
Imposibilitado de limpiarse, sacudió la cabeza.
El tubo se le ciñó más alrededor de la muñeca.
Miró a los otros niños que lo rodeaban, sabía que no debía suplicar. Y temió que sus ojos lo hiciesen por sus labios.
Al fin la tocó.
Sintió la viscosidad subirle por la punta de los dedos, no debía ceder todavía. Metió la mano más al fondo. Con la yema de los dedos sintió sus ojos abiertos, las pestañas duras y la boca rígida.
Deseaba estar con su mamá en ese momento, era la hora de la leche fría y los dibujos animados de la tarde. En vez de eso, debía estar con la mano metida en el tubo de la cloaca.
Pero había sido su culpa, debía recuperar la cabeza de la muñeca, aunque la mano se le llenase de mierda.
Tomado de Apología de los miedos
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