La inagotable empresa del conocimiento (acerba inquietud exhaustiva) ha osado un futuro propicio a declararse inconstitucional al haber alcanzado, tras generaciones humanas, la Verdad Última (descubrimiento que no colmó las expectativas) y por ello, el trágico fin de la ciencia. Motivo éste inaugural para consentir la plena libertad de acción a las facultades que comprenden los saberes de la ciencia ficción, actividad que hoy se inicia en estos vanguardistas laboratorios donde se desarrollarán cruciales experimentos con el fin de realizar, en la postrimería de estos tiempos convulsionados, toda invención irracional y/o ficticia. Aquí se crearán: la primera Sirena (antropoictius), el centauro; Ícaro podrá volar sin caer; aquellos que soñaron fervientemente con Venus, pues se producirán a escala, cada dedo, seno, ojo, cabello será igual en millones de unidades tentáculofacturadas para que el consumidor goce de sus amorosos servicios. La máquina del tiempo; el barrenador que atravesará al planeta uniendo sus antípodas; un ascensor y desascensor hacia la Luna; la ambición alquimista de la piedra filosofal, la panacea universal, entre otros menesteres, y por qué no, la resurrección de los muertos. ¡A trabajar!
Este fue el discurso del presidente de las Naciones Desunidas al comienzo del 10001. Desde entonces se ha investigado y aplicado todo el poder del conocimiento a las ciencias ficciones para los avances en la tecnoficción. Nuestro sueño es llegar a la síntesis universal de lo falso.
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