viernes, 14 de mayo de 2010

La silla de Dios - Mónica Sánchez Escuer


Celebrando a Pedro Meyer

Dicen que es la silla de Dios. Que desde ahí mira los pecados del pueblo, la caridad de los ricos, la lujuria de los jóvenes, la tentación de todos. Nadie sabe quién la mandó a fabricar, quién talló sus enormes dimensiones y la montó en ese pedestal, a media calle. Algunos dicen que es obra de Dios, o de un santo, que es casi lo mismo. Pero detrás de las bardas y las puertas, la gente del pueblo no cree en los milagros. Dicen que en esa gran silla Dios se sienta a descansar los domingos y los días de fiesta. El resto de la semana, nadie sabe exactamente dónde está, va de un lado a otro sin dejar rastro. Por eso, se cuidan de no cometer pecados mortales en días de trabajo, sólo aquellas faltas que se disuelven con dos o tres rezos y alguna penitencia. Pero el domingo, saben que Dios se sienta ahí, que no va a ningún lado. Y en eso sí creen. Fielmente. Y se alejan todos, cinco o seis cuadras a la redonda, y dejan que Dios descanse y nadie lo molesta con sus ruidos amorosos, blasfemias, robos, disparos, violaciones y otras prácticas, ya por tradición, dominicales.


Tomado de Historias Baldías

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