miércoles, 12 de mayo de 2010

La esponja - Héctor Gomis


Damián era una esponja. Lo que le pasaba a Damián es muy fácil de explicar. Damián estaba vacío. Por dentro era hueco y por fuera poroso. No contenía nada que no pudiera absorber del exterior. Si tú eras dulce él rezumaba azúcar, si eras tibio él se calentaba, si negro se oscurecía. No tenía voluntad ni opinión, y sin tener nunca razón, él la iba repartiendo a diestro y siniestro. Si querías ir al cine, pagaba las entradas, si proponían robar un coche, él buscaba una ganzúa, si se decía de ir de putas, compraba los condones. No tenía un Dios sino miles, todos los que los demás adoráramos. Ni tenía gustos definidos, los cogía prestados. Por suerte para él, el dinero de su familia permitía que pudiera vivir en su mar de indefinición. Y así se compró el coche que me gustaba a mí, la casa que quería su madre, o el jersey que llevaba su hermano.

Por su forma de ser, Damián se llevaba elogios e insultos todos los días. Era el empleado perfecto, sumiso, fiel y sin ideas propias, el hijo perfecto, sumiso, fiel y sin ideas propias, y por supuesto, en cuanto le encontrara la adecuada, el marido perfecto, sumiso, fiel y sin ideas propias. En cambio sus amigos le despreciaban. Los que lo conocían y no deseaban sacar nada en metálico de él, volvían asqueados su cabeza para no verlo. La mayoría creían que era falso y calculador, y que cuando te daba la razón en todo, lo hacía para adularte y conseguir algo a cambio. Pero no era así, no había malicia en sus actos. La esponja sólo era eso, una esponja. Un absorbedor nato. Y buscaba continuamente gente de quien llenarse, ideas de las que nutrirse.

Supongo que todo habría sido distinto si los demás hubieran adivinado lo que yo sabía. Si hubieran encontrado la verdad sobre Damián. Pero no fue así, y fue cayendo en el desprecio general, hasta que llegó un día en el que nadie, salvo su jefe, su madre, su recién conocida futura esposa y yo, le dirigía la palabra. Ese día se sintió vacío como nunca lo había estado. Y ante el problema de no tener a nadie nuevo del que copiar sus ideas, no tuvo más remedio que tener una idea propia. La única y la más importante de su vida. Debía buscar su sitio, un lugar donde poder llenarse a gusto, donde le dijeran en todo momento lo que tenía que hacer, donde no tuviera nunca que tomar decisiones. Después de mucho cavilar, la esponja decidió alistarse en el ejército.


No supe de él en años, y un día me llegó una carta de su madre. No comentaré lo que ponía, pero si que dejaré mi impresión sobre lo que debió ocurrir. La esponja fue feliz mucho tiempo. Absorbió del cabo, y del sargento, y también absorbió del capitán, y también lo hacía del resto de los reclutas. Y tomó las decisiones, correctas o equivocadas que otros le prestaron. Y una de esas decisiones lo envió a un conflicto en un país extranjero. Y allí absorbió como nunca lo había hecho, y lo hizo de todo el mundo. Lo hizo con los militares y también con los civiles, y lo hizo con los vencedores y con los vencidos, y asimiló las ideas de los torturadores y los oprimidos, y se llenó de amor y odio, de deseos de venganza y de perdón, y asumió todo el dolor que encontró a su alrededor. Y al tiempo, la esponja se fue hinchando cada vez más. Día a día, mes a mes, año a año. Hasta que no pudo soportar más la presión y reventó por los cuatro costados.



Tomado de http://uncuentoalasemana.blogspot.com/

4 comentarios:

Unknown dijo...

PRECIOSO CUENTO;PERO MERECÍA UN MEJOR FINAL.
Perdone maestro,pero le dió una conclusión tanto inverosímil,como facilona.Respetuósamente le aliento a cambiar ésta caída de la conclusión,por algo que embone mejor y si es posible sorprenda.
Entiendo,hay que trabajarlo,es una lata,pero por éstas tentaciones de cerrar fácil se pierde la oportunidad de lograr bien la historia.Por lo demás lo anterior al final,está magistral.

Sergio Gaut vel Hartman dijo...

Fiel al criterio de que no existen opiniones, gustos y conceptos unívocos, me permito disentir con Carlos de la Parra. La lectura de "La esponja" me resultó placentera y el remate me pareció adecuado, para nada inverosímil o facilón. Tal vez sea una cuestión de perspectivas...

Javier López dijo...

Me pareció un relato excelente, un retrato psicológico de un tipo humano perfectamente reconocible, aunque llevado a sus máximas consecuencias.
El remate, digno de la categoría de la narración.

iris giménez dijo...

no es ni inverosímil ni facilón, a mi entender es lineal. esperaba en algún momento del relato un giro ideológico, lo ameritaba. pero respeto al autor, al fin y al cabo es su obra. saludos. fue entretenido leerlo