El consultorio del doctor Marconi estaba lleno de gente. Cada una de estas personas, en la suya. Nadie se miraba, nadie le prestaba atención al que estaba al lado, nadie nada. La secretaria, preciosa antes que nada, también estaba en la suya, hablando por teléfono con su querida amiga Iris, vidente profesional que te dice tu futuro por una módica cantidad de yuanes.
De pronto, el doctor Marconi, con su bata cubierta de sangre, salió del cuarto y le dijo unas palabras a la hermosa secretaria, que en cuanto vio la puerta abriéndose colgó el teléfono en un movimiento más rápido que la luz. Luego el doctor volvió a su oficina, y otro hombre, sentado en una silla de ruedas, salió de la oficina.
—Señor Valentini, Manuel Valentini, es su turno, pase por la oficina número uno —dijo la secretaria y volvió a levantar el tubo del teléfono.
—Muchas gracias —dijo el Señor Valentini y pasó.
La oficina estaba más que limpia, era como si estuviera recién hecha. Las paredes, el suelo, la ventana, todo estaba resplandeciente.
—Buenas, señor… —El doctor tomó su lista de pacientes para ver a quien le estaba hablando y luego siguió —Valentín. ¿Qué tal, como anda todo?
—Todo bien, doctor —respondió algo nervioso Valentini.
—¿Qué anda necesitando, en qué puedo ayudarlo? —preguntó el doctor.
Valentini se quedó por unos segundos en completo silencio y con la mirada perdida en la oficina del doctor. Luego respondió: —Mire doctor, estoy medio mal de los riñones. El otro día me hicieron un examen y resulta que tengo cáncer en uno de mis riñones.
—Qué lástima —dijo el doctor interrumpiendo a su cliente, perdón, a su paciente—. Mire, ya sé a dónde va esta conversación. Se la voy a hacer fácil, la operación sale doscientos mil, todo en yuanes, no aceptamos ni dólares, ni euros, ni siquiera reales o pesos, yuanes o nada. La operación se puede hacer ahora mismo, si usted quiere y tiene la plata. El período de recuperación es de dos semanas. Después de esta operación no va a tener ningún problema. —Eso no era seguro, pero bueno, eso al doctor no le importaba, su abogado era muy bueno—. ¿Qué quiere hacer?
—Bueno, doctor —respondió Valentín—. Le puedo hacer una transferencia a su cuenta ahora mismo, si usted lo prefiere así, o si no, puedo ir al banco y retirar el efectivo, como usted prefiera.
—La transferencia me parece bien —respondió el doctor con una sonrisa de oreja a oreja—. Hágala y después viene conmigo al cuarto de atrás.
Valentini sacó su computadora personal, entró a su cuenta bancaria y transfirió la plata a la cuenta del doctor—. Listo doctor, vamos.
Después de que el doctor hubiera corroborado la transferencia, hizo que el paciente se sacara la ropa y se pusiera una bata y lo siguiera. De pronto, en el otro cuarto, comenzó a sentirse el frío proveniente de la cámara, el pasillo fue abriéndose y salieron a un quirófano bastante iluminado con una puerta que daba directamente al frigorífico. Se veían, a través de las ventanas, a varias personas moviendo camillas, con cuerpos encima, a otras llenando papeles y a otras charlando.
Valentini estaba algo nervioso ahora, pero era demasiado tarde, el dinero ya era del doctor y él podía ser salvado de su cáncer. Esto al doctor realmente no le importaba un comino, total, si Valentini moría, iba a la cámara frigorífica y tal vez algún día pudiera poner alguno de sus órganos en buen estado en algún otro cliente.
Y por cierto que el frigorífico del doctor Marconi es bastante, bastante grande.
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