Como cada mañana, desde hace ya más de tres años, escribe un mensaje en una hoja de papel, lo enrolla con mucho cuidado y lo mete en una botella vacía. La sella con un tapón de corcho y se dirige a la playa para lanzar al mar su dosis diaria de esperanza. Ha pasado todo este tiempo solo, sin poder hablar con nadie, aislado del mundo, pero hace ya unos meses que le acompañan en la isla un par de amigos imaginarios, fruto del delirio de su soledad, con los que puede compartir sus preocupaciones. Al principio no se caían muy bien, pero poco a poco, prestándose ayuda mutua en los momentos difíciles, han ido fraguando una buena relación de amistad, se han ido haciendo inseparables.
Se acerca a la orilla con la botella en la mano y ve aproximarse una pequeña embarcación a remo, botada de un barco anclado a lo lejos, con cinco tripulantes que gritan como locos y agitan los brazos en alto. La botella le resbala de la mano y cae a sus pies. Ya en la arena, se abrazan los seis y el náufrago rompe a llorar, les da las gracias, besa sus manos, se arrodilla ante ellos y, finalmente, les advierte que no subirá a la embarcación sin sus dos compañeros de isla. La tripulación, sorprendida, emprende la búsqueda y pese a rastrear durante horas el lugar, no consigue encontrar a nadie. Aconsejan al náufrago, sospechando ya de su locura, que los acompañe al barco y se olvide de sus compañeros imaginarios pero él, con firmeza, insiste en que no son imaginarios, y que de ningún modo subirá sin ellos.
Tras una larga discusión, los cinco tripulantes suben indignados a la embarcación y se dirigen de nuevo al barco, dejando al náufrago en la orilla, orgulloso de su lealtad y su compañerismo, con una sonrisa en los labios que sólo se le borra cuando distingue, en la popa del barco que empieza ya a alejarse, a sus dos amigos imaginarios agitando unos pañuelos en señal de despedida.
Se acerca a la orilla con la botella en la mano y ve aproximarse una pequeña embarcación a remo, botada de un barco anclado a lo lejos, con cinco tripulantes que gritan como locos y agitan los brazos en alto. La botella le resbala de la mano y cae a sus pies. Ya en la arena, se abrazan los seis y el náufrago rompe a llorar, les da las gracias, besa sus manos, se arrodilla ante ellos y, finalmente, les advierte que no subirá a la embarcación sin sus dos compañeros de isla. La tripulación, sorprendida, emprende la búsqueda y pese a rastrear durante horas el lugar, no consigue encontrar a nadie. Aconsejan al náufrago, sospechando ya de su locura, que los acompañe al barco y se olvide de sus compañeros imaginarios pero él, con firmeza, insiste en que no son imaginarios, y que de ningún modo subirá sin ellos.
Tras una larga discusión, los cinco tripulantes suben indignados a la embarcación y se dirigen de nuevo al barco, dejando al náufrago en la orilla, orgulloso de su lealtad y su compañerismo, con una sonrisa en los labios que sólo se le borra cuando distingue, en la popa del barco que empieza ya a alejarse, a sus dos amigos imaginarios agitando unos pañuelos en señal de despedida.
Tomado de http://realidadesparalelos.blogspot.com/
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