Se los alcancé, haciéndome el indiferente y él los miró por arriba. Mientras tanto, eché una mirada a las chicas que subían al cerro con ánimo de fiesta. Si tenía suerte, pronto estaría con ellas.
—¿Todo bien, oficial?
De pronto, mientras leía los datos, el cana pegó un respingo.
—Epa, epa... ¿Así que el cacharro éste viene de Alfa del Centauro? A ver, el permiso para ir más rápido que la luz. Más le vale que esté al día.
Le extendí el cristal tragando saliva. No había renovado el permiso "extra luz" desde hacía más de dos años terrestres.
—Lo que pasa es que en la oficina de control no dan turno hasta dentro de cinco años —alegué—. Igual está medio de adorno, creo que después de probarlo no lo usé más de dos o tres veces.
—No es mi problema. Mire, tiene suerte: Hace unos días abrieron un centro de verificación. Se va a tener que costear hasta Comodoro Rivadavia, eso sí, pero en un par de flashes llega. Ah, y ni piense que zafa de la multa. La verificación del motor de impulso, ¿ya la hizo o también "estamos" con mucha demora?
—No, la tengo hecha el mes pasado. Acá tiene.
—A ver. —Leyó la letra patona de alien con una habilidad pasmosa—. ¿Qué categoría de motor usa para el "extra luz"? ¿Arruga el espacio, lo pliega, lo encoge o qué?
—Lo perfora. Es un modelo nuevo... Tiene un anillo de retención que...
—Perdón, ¿me está jodiendo? No hay ningún método de perforar el espacio que sea seguro. El que le vendió ese motor es un criminal.
Le miré la cara y me di cuenta de que el viaje se había ido al carajo.
Mientras tanto, docenas de chicas de piernas largas y maquillaje plateado, ansiosas de erotismo alien, agitaban carteles que decían "Bienvenidos" en colores flúo.
—Los motores perforantes están absolutamente prohibidos de acá hasta Ofiuco y seguro que ya lo sabe, no se haga el gil —rezongó el policía—. Los anillos de retención nunca cierran bien y la radiación hace moco el ADN de todo bicho vivo que ande cerca. Me va a tener que acompañar.
Logré cerrar la escotilla y amagué meter un cambio mientras el cana me miraba sorprendido por mi estupidez. Hacía rato que me tenía agarrado con un rayo de tracción.
—Pero... pero agente, no llego al festival anual... Mire lo que son esas minitas. No sea garca, le dejo el auto si quiere, pero déjeme bajar acá.
—No es mi problema. Venga tranquilo y sin hacer escándalo.
—Pero, digamé, ¿no lo podemos arreglar de alguna manera?
Ni bola me dio. Forzó la escotilla, me sacó a empujones y me llevó a la patrulla que simulaba ser un auto venido a menos. Las chicas me tiraban besitos y se reían, yo forcejeaba inútilmente para librarme. Al final, el viaje al Uritorco había sido en vano.
Fui a parar sin ceremonias al asiento de atrás. Puteando en silencio, todavía escuché al cana quejarse mientras arrancaba despacito para la seccional:
—Me tienen podrido los aliens truchos.
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