Clara entró en el departamento, encendió la luz y vomitó. Ella intentó apurar el pasó pero su desconcierto se lo impidió. Avanzó horrorizada entre ellos, temiendo pisar la sangre y enseguida llegó otro vómito. Los siete cuerpos estaban allí, tendidos a lo largo del pasillo con las cabezas aplastadas. Clara comenzó a gritar. Gritó hasta que se le partió la garganta Algunos vecinos estaban agolpados en la entrada. Los alaridos hicieron que el encargado también se acercara al departamento. El hombre pronto disipó a la gente y se quedó a solas con la mujer. Ahora, Clara se movía inestable, perturbada como un hambriento animal salvaje.
– ¿Qué hizo, bestia?– maldijo al encargado.
–Yo… yo… –titubeó el hombre – ¡Hice lo que usted me pidió! ¿Acaso no estaba harta de los bichos del edificio? –musitó cabizbajo.
-Mos…moscas…- alcanzó a decir Clara y cayó desmayada.
El encargado buscó el teléfono y llamó a su mujer.
–Juana, bajame al segundo una bolsa. ¡Sí, al segundo! –le dijo en forma quejosa.
Los siete gatos con cabezas aplastadas seguían allí, a sus pies. El hombre los observó en silencio. ¡No se había equivocado!, pensó. ¡No se había equivocado! ¿O, tal vez sí?
Tomado de http://silvanadantoni.wordpress.com/
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