El beso - Mónica Sánchez Escuer
María toma el lápiz labial y comienza su trazo, lento, delicado, exacto. Dibuja sobre la boca una sonrisa amplia; unos labios más rojos, más gruesos que los suyos. Antes de salir, toma un pañuelo desechable, le da un beso y lo deja caer dentro del escusado. Sonríe al mirar en el agua el mapa de su boca. Sale.
Luis entra para llevarse las pocas cosas que dejó la noche de la disputa: unos libros, dos suéteres, un par de zapatos. Mira la pared amarilla, el cuadro que compraron juntos. Sus cosas, en una bolsa, al lado del sillón azul donde María lo desnudó por primera vez. Sí, la extraña. Tres años de risas y juegos y complicadas escaramuzas verbales perdidos. Todo por la huella del beso que Ana dejó en los cuellos de él y la camisa esa tarde de premuras. Luis se despide de la habitación con un parpadeo, como si tomara una fotografía. Antes de salir, pasa al baño, levanta la tapa del inodoro y se contiene. Los labios de María parecen hablarle desde el fondo. Luis sumerge la mano. Un trozo de papel queda deshecho entre sus dedos, pero la boca húmeda le sonríe completa sobre la palma. Lentamente se lleva el pañuelo hasta los labios, lo oprime. La lengua traza las curvas de la falsa sonrisa y penetra por su centro. Al tocar su propia piel, Luis se siente ridículo. Escupe. Sacude la mano, la talla sobre el brazo, el pantalón, hasta que el último trozo desaparece de su palma. Descarga la vejiga, recoge la bolsa y sale.
Ana lo espera en el café de la esquina. Sonríen. Se besan. Ella percibe un ligero olor a baño público en la boca de él, pero no dice nada. Luis le pasa el brazo por los hombros, casi le toca el pecho cuando ambos descubren una mancha de labial en la manga de la camisa húmeda.
Tomado de Historias Baldías
No hay comentarios.:
Publicar un comentario