jueves, 18 de febrero de 2010

La estrategia - María Pía Danielsen


Sabía bien los movimientos. Los tenía estudiados. No porque fuese una preocupación. Simplemente no conocía ni se imaginaba otra manera de actuar. Ella no fue la excepción. Ni sus ojos azules, ni su dibujado cuerpo de mujer abrieron la puerta a otra dimensión en el encuentro. Calculó meticulosamente los casilleros que los separaban. Entonces, se movió dos casillas hacia adelante, sin alejar sus ojos de su anhelo. Inmediatamente, giró una casilla hacia el costado izquierdo. Desde ese lugar expectante, analizaría el desplazamiento de ella, guarecido de cualquier posición de riesgo. La mujer, dueña de una intuición casi clarividente, absorbió la estrategia y se movió una casilla hacia delante y una al costado derecho. En ese sitio halló protección, serenidad y confianza. El, a su pesar, se notó molesto. ¿Por qué utilizaba su mismo plan? Resultaba más lógico y previsible que ella fuera directamente a su territorio, sin advertir el damero invisible dibujado en el suelo.


Desde donde el estaba, dos casillas adelante y una a la izquierda de la posición original, avanzó tres hacia delante y una a la derecha, mientras el olor femenino invadía el centro de sus sentidos. Ella se movió dos casillas a la izquierda y una adelante, con las sienes palpitantes, las rodillas flojas y la anticipación incrustada en la espera. Esta vez, el no avanzaría. Calculó que sólo restaba aguardar la rendición. Miró hacia atrás, se obligó a pensar en su armadura y fortaleza, brillo y vanidad. En la perfección del plan que desde toda la eternidad, se había ideado sólo para el. Una vez más, el rompecabezas volvía a armarse a su antojo. Miró a la mujer fijamente, escudriñando su ya conocida alma, copia infinita de todas aquellas que antes estuvieron en su lugar. Sin apartar sus ojos de los de ella, en un breve minuto observó el principio de su herida, el movimiento perfecto que grabaría, en forma indeleble, la cicatriz más humillante de su orgullo níveo: la mujer bajó la mirada, dio media vuelta y se fue. Sin palabras, sin vacilación y con el nombre de la ausencia adherido a la espalda.

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