No era la primera vez que lo hacía. No era tan difícil averiguar los datos de la víctima, conocer sus costumbres, observar, espiar: lo más difícil era entrar en la pieza sin que nadie lo viera. Si bien era más fácil entrar por el frente de la casa, por alguna ventana, eso podía hacer que algún vecino curioso – de ésos que nunca faltan —lo viera.
Decidió entrar por la puerta de atrás.
El gato se acercó a él. Estaba preparado: le dio de comer.
En el comedor, siempre en silencio, sembró algunos objetos suyos: una pipa, varios libros, uno de autoayuda, con un señalador de Maitena, unas pantuflas, algo de ropa, no demasiado. El engaño tenía que ser perfecto.
Con cuidado, con muchísimo cuidado, abrió la puerta, se desvistió, y se acomodó, con total sigilo, al lado de la chica.
Cuando ella se despertó, estaba durmiendo con un extraño.
—¿Y vos quién sos?
—¿Qué te pasa, Claudia?
—¿Cómo sabés mi nombre?
—Mi amor... ¿Qué te pasa?
Ella se levantaba, corriendo, y empezaba a ver las cosas de él.
Él la seguía, como si ya estuviera acostumbrado al lugar: empezó a preparar el desayuno, llamó al gato, el gato vino, le dio de comer, mencionó algún comentario al pasar sobre alguna tía de ella, que estaba enferma, y ella empezó a dudar.
—¿Te pasa algo?
—No, no... nada... —intentaba defenderse ella, confundida.
—¿Querés que vayamos a un médico?
—No... está bien... —y así empezaba todo.
Si hay algo que nos da miedo, es que los demás piensen que estamos locos: las chicas, por lo general, terminaban queriendo convencerse de que él era su novio desde hacía algunos meses, de que se habían conocido en una fiesta, que habían tenido algunas peleas, y que no era algo para toda la vida, simplemente estaban conociéndose hasta ver adónde llegaban.
Él vivía así algunos meses, y después fingía su muerte.
Y volvía a empezar.
Decidió entrar por la puerta de atrás.
El gato se acercó a él. Estaba preparado: le dio de comer.
En el comedor, siempre en silencio, sembró algunos objetos suyos: una pipa, varios libros, uno de autoayuda, con un señalador de Maitena, unas pantuflas, algo de ropa, no demasiado. El engaño tenía que ser perfecto.
Con cuidado, con muchísimo cuidado, abrió la puerta, se desvistió, y se acomodó, con total sigilo, al lado de la chica.
Cuando ella se despertó, estaba durmiendo con un extraño.
—¿Y vos quién sos?
—¿Qué te pasa, Claudia?
—¿Cómo sabés mi nombre?
—Mi amor... ¿Qué te pasa?
Ella se levantaba, corriendo, y empezaba a ver las cosas de él.
Él la seguía, como si ya estuviera acostumbrado al lugar: empezó a preparar el desayuno, llamó al gato, el gato vino, le dio de comer, mencionó algún comentario al pasar sobre alguna tía de ella, que estaba enferma, y ella empezó a dudar.
—¿Te pasa algo?
—No, no... nada... —intentaba defenderse ella, confundida.
—¿Querés que vayamos a un médico?
—No... está bien... —y así empezaba todo.
Si hay algo que nos da miedo, es que los demás piensen que estamos locos: las chicas, por lo general, terminaban queriendo convencerse de que él era su novio desde hacía algunos meses, de que se habían conocido en una fiesta, que habían tenido algunas peleas, y que no era algo para toda la vida, simplemente estaban conociéndose hasta ver adónde llegaban.
Él vivía así algunos meses, y después fingía su muerte.
Y volvía a empezar.
1 comentario:
Mucha vida, la de las tantas muertes!!
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