miércoles, 10 de febrero de 2010

El abominable hombre de las nieves - Antonio Mora Vélez


En la escarpada cumbre del Kinchinyinga, casi cegado por el brillo del sol reflejado sobre la nieve, el alpinista divisó la presencia de un ser extraño. "El abominable hombre de las nieves", dijo para sí y se dispuso a enfrentarlo. Había leído mucho sobre él y estaba preparado para hacerlo.
El alpinista se detuvo y aligeró su indumentaria. Tomó en sus manos su pistola de rayos láser por simple precaución y se puso los anteojos de contraste para verlo destacar mejor en el contorno blanco. El abominable hombre de las nieves se quitó las escarchas de su rostro barbudo, tomó un libro entre sus manos, una especie de cuaderno de bitácora, y se lo quedó mirando fijamente.
—What can I do for you? —le preguntó el alpinista luego de un instante de duda y temor.
El hombre de las nieves examinó al intruso de arriba a abajo y le contestó acremente.
—Yanki, son of a bitch, go home!
Entonces el alpinista guardó su arma, recogió sus alforjas y desanduvo el trayecto con soberbia. Primero llegó al monasterio del Karakorum y reprendió a los monjes por no saber nada del hombre de las nieves. Luego diría en una rueda de prensa en Bombay que el mítico personaje no era de este mundo, y finalmente se marcharía con rumbo a Washington. Allí comunicaría a sus superiores del Pentágono que la ciudad subterránea de Shambhala era inexpugnable y que ya nada se podía hacer para conquistarla.

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