jueves, 4 de febrero de 2010

Destinos cruzados - Javier López


El taxista me ha sonreído al subir al coche, imagino que como hará con cualquier cliente. Me ha preguntado adónde me dirigía y he contestado que a la Jefatura Provincial de Policía. Lo que él no sabe es que voy a entregarme, como tampoco sabe la historia que hay detrás de esta decisión...
Enzo Romero siempre quiso destacar. De niño era el más odiado de la clase. Delataba a los compañeros para ganarse la confianza de los profesores. Conmigo era especialmente cruel: "ha sido el venas", decía acusándome de cualquier cosa, usando aquel mote derivado de mi nombre que sabía que me enojaba especialmente. Y también era siempre el mejor en los exámenes, aunque no dudara en copiar de cualquier compañero.
Lo que nunca hizo fue soñar, como nosotros. No era capaz de imaginar que el atado de trapo era un balón, ni siquiera que aquella plataforma sobre las ramas de un árbol en el bosquecito más allá del colegio, era una casa en la que otros niños pasábamos horas y horas fantaseando.
Siendo adolescentes mi enemistad con Enzo se fue convirtiendo en un odio visceral. Nunca he podido olvidar el día que tuve a Marta, la linda chiquita rubia de 8º A, casi convencida para que fuera mi acompañante en la fiesta de fin de curso, y llegó él con la motocicleta que le habían regalado sus padres y la invitó a montar. Ya nunca tuve opciones de salir con ella.
Durante el resto de mi vida he visto como ese tipo se convertía en un triunfador, y yo en un don nadie. Él había hecho su carrera igual que hizo sus estudios, aprovechándose en todo lo que podía de sus compañeros, haciendo suyo el mérito y el esfuerzo de los demás. Y ahora estaba bien situado, tenía un buen nivel de vida y, sobre todo, tenía a la mujer que pude haber conquistado si ese idiota no hubiera nacido iluminado por no sé qué estrella.
Por eso hoy voy a entregarme. Sé que en mi último robo dejé algunas huellas, que el guante de látex se desgarró contra una arista poco pulida de una caja de seguridad. Y que, si no me entrego hoy, no tardarán más que unos días en detenerme. Mañana los periódicos dirán que el ladrón conocido por usar máscaras con rostros de anciano, ahora identificado como Venancio Martínez, se entregó en la Jefatura Provincial. Pero tendré la satisfacción de que no podrán decir que Enzo Romero, jefe de policía, lo había detenido tras otra de sus brillantes investigaciones.

2 comentarios:

Ogui dijo...

Muy buen cuento, Javier. La persecución llevada al extremo.

Javier López dijo...

Gracias Héctor, el tipo era ladrón pero decente, y con amor propio.