—Soy un hereje, aunque no crío cocodrilos —dijo mi amigo Antonio descorchando el tercer Malbec Rosé de la cena.
—¿Podrías explicarlo? —pregunté sin demasiada convicción. A mí me gusta el
Chardonay cosecha tardía, y llegado el caso prefiero un Beaujolais fresco, suave como beso de muchacha. Pero Antonio no se inmutó.
—Como un amigo mío que cría una nambá verde en los quince centímetros cuadrados de su bolsillo.
—¿Una namba verde? —Lamenté no tener acceso a la Wikipedia; la Wikipedia era la solución perfecta. O lo habría sido, si Antonio no hubiese seguido con su incomprensible discurso.
—Ahora bien, lo que Saturnino no sabe es que mi volcán, que antes erupcionaba con abundante lava, ahora sólo tira cenizas, por lo tanto, no puedo utilizar plumas incandescentes para escribir cuentos. Eso me pasa por sentarme a tomar un café justo al frente de la plataforma uno.
Renuncié a seguirlo. Me embutí un buen pedazo de vacío —debo admitir que como maestro asador Antonio raya la perfección— y busqué consuelo en Pocho, el alienígena que había llegado de Tau Ceti para reformular la actividad solar y evitar que el 21 de diciembre de 2012 la desestabilización de la corteza terrestre nos mandara a todos a la quinta del ñato. Pero a Pocho el Malbec Rosé le había pegado de un modo insultante.
—¿Qué cocodrilos, nambáes verdes, cenizas de volcanes y plataformas de trenes? En este planeta lo que hace falta es mano dura para poner en cajas a los intelectuales que todo lo embrollan y confunden. —Cuando se enfurecía, Pocho hablaba con un dejo de acento alemán—. Me parece que no voy a arreglar nada lo de los neutrinos para que este mugriento sistema se vaya por el desagüe.
—Calma, Pocho —dijo Antonio guiñándome el ojo—. Ya vienen las mollejas, y están como te gustan.
Pocho se serenó y pasando la lengua trífida para secar sus jurcias, estiró el brazo y puso la copa en posición para que le sirvieran otro poco de Malbec Rosé.
—¿Podrías explicarlo? —pregunté sin demasiada convicción. A mí me gusta el
Chardonay cosecha tardía, y llegado el caso prefiero un Beaujolais fresco, suave como beso de muchacha. Pero Antonio no se inmutó.
—Como un amigo mío que cría una nambá verde en los quince centímetros cuadrados de su bolsillo.
—¿Una namba verde? —Lamenté no tener acceso a la Wikipedia; la Wikipedia era la solución perfecta. O lo habría sido, si Antonio no hubiese seguido con su incomprensible discurso.
—Ahora bien, lo que Saturnino no sabe es que mi volcán, que antes erupcionaba con abundante lava, ahora sólo tira cenizas, por lo tanto, no puedo utilizar plumas incandescentes para escribir cuentos. Eso me pasa por sentarme a tomar un café justo al frente de la plataforma uno.
Renuncié a seguirlo. Me embutí un buen pedazo de vacío —debo admitir que como maestro asador Antonio raya la perfección— y busqué consuelo en Pocho, el alienígena que había llegado de Tau Ceti para reformular la actividad solar y evitar que el 21 de diciembre de 2012 la desestabilización de la corteza terrestre nos mandara a todos a la quinta del ñato. Pero a Pocho el Malbec Rosé le había pegado de un modo insultante.
—¿Qué cocodrilos, nambáes verdes, cenizas de volcanes y plataformas de trenes? En este planeta lo que hace falta es mano dura para poner en cajas a los intelectuales que todo lo embrollan y confunden. —Cuando se enfurecía, Pocho hablaba con un dejo de acento alemán—. Me parece que no voy a arreglar nada lo de los neutrinos para que este mugriento sistema se vaya por el desagüe.
—Calma, Pocho —dijo Antonio guiñándome el ojo—. Ya vienen las mollejas, y están como te gustan.
Pocho se serenó y pasando la lengua trífida para secar sus jurcias, estiró el brazo y puso la copa en posición para que le sirvieran otro poco de Malbec Rosé.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario