Los derviches imitan el movimiento de la tierra alrededor del sol y giran durante horas sobre un mismo punto sin vomitar el arroz con legumbres que ingieren vorazmente durante el almuerzo.
El Ruso, a su manera, era un derviche que quería descubrir “eso”. Se nutría de experiencias sensibles y explicaciones teóricas que no sabemos ni nos interesaba saber de dónde provenían. Lejos de agotarnos, enriquecían nuestro claustro de apatía y aburrimiento al que, como si fuera la inscripción de una lápida, denominábamos: “Vivir en el mundo”.
El Ruso creía con firmeza que el cantante de Inxs se había suicidado en un hotel lujoso porque había descubierto “eso” durante el transcurso de lo que sería su última noche, y la decepción fue tan grande que no pudo evitar atarse al cuello con toda pasión un hermoso cinturón de cuero que costaba más de quinientos dólares y que quizás fuera de marca Versace. Por eso nos preocupaba tanto que el Ruso, conspirado por su propia frustración, llegase a la creencia de que había descubierto el enigma. Temíamos que cuando nos develara el misterio nos suicidáramos en cadena.
Es así, no puedo negarlo. Todos nosotros estábamos atravesados fatalmente por el rock and roll y, dicho sea de paso, como una exótica condecoración geográfica, en el medio de la Patagonia.
Acá el viento sopla tan fuerte como un riff de una Gibson Les Paul, pero en general aquí nadie conoce ese instrumento. Sólo el hambre toca su canción en nuestros cuerpos y nos hace caer en las escuchas ininterrumpidas de música, en la húmeda sala de ensayo que está en el subsuelo de la casa que el Ruso heredó de su madre.
Sobre el Marshall valvular negro está, como si fuera en una mesita de luz, la foto de Triny con una tortuga en sus brazos. Ahí están las tres amadas del Ruso: Triny, su tortuga acuática y el Marshall. Al lado, el plato durax y el billete de dos pesos enrollado listo para ser usado en las largas noches frías de estos lejanos parajes.
Ahora, miro la pecera y la tortuga acuática de Triny parece comprender qué pienso. Mis emanaciones mentales parecen evaporarse en forma paralela con los vapores etílicos que exhala mi boca llena de Whisky.
Quizás, el lector comience a darse cuenta de que esta será una historia de decadentes. Para qué negarlo, nunca hicimos nada para mantener limpias nuestras almas y nuestros cuerpos.
Todo esto debe tener una explicación que algún psicoanalista podría brindar fundándose en sólidos marcos teóricos, o quizás la voz popular lo explicara diciendo: “Dios los hace y ellos se juntan”.
Acá estábamos, invadidos por un malestar que ni siquiera percibíamos, pero que todo el tiempo queríamos exorcizar a través de la música. Éramos el Ruso, el Oculto, Angus y yo.
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