Un sacudón sin viento y Japón llegó a Buenos Aires. Así, seco, bruto. Por sobre todas las cosas, atemporal. Hiroshímiko. Ya por esos años, pocos para una vida, debía haber escuchado la teoría, que si se hace un pozo en Argentina se llega a Japón. Cuatro años debía tener. O tal vez faltaban cuarenta y cinco para mi nacimiento. La cosa es que una bomba explotó en Japón y se sintió en Buenos Aires. A mí no me lo contaron, lo escuché.
Años de recapacitación, meditación, aproximación, teorización y otros ción y la conclusión es esta: Promediaba el año 1944 cuando. O mejor empezar con: Érase una vez un joven japonés llamado Asakusa Yanurabi, criado en la costera y apacible, por ese entonces, ciudad de Hiroshima. ¿Hiroshima es costera? Google. Wikipedia. Érase una vez un joven japonés llamado Asakusa Yanurabi, criado en la costera y apacible, por ese entonces, ciudad de Hiroshima, que fue fundada en 1589 sobre la costa del mar de la isla de Seto, y tiene una población estimada de 1.157.962 personas, una densidad de población de 1.279, 5 personas por km² y una superficie total de 905,01 km². Asakusa era un muchacho tranquilo. Un muchacho tranquilo suena mediocre. Asakusa no llevaba el viento en la sangre, como todo buen muchacho japonés, cortés y burgués, sabía reprimir en tiempo y forma sus instintos y pasiones. Respetuoso de quienes lo precedieron en el honor de portar su mismo apellido, es decir, sus mayores, disfrutaba de pasar horas mirando el cielo y el mar (la costa del mar de la isla de Seto), permitiendo a su mente deambular por rincones éxoticos de su imaginación, mientras pretendía escuchar las historias que su abuelo remitía. Una tarde de marea baja, en el que la ausencia de viento y olas obligaba al joven a atender las palabras del anciano, se enteró de la teoría. Fue una revolución para su intelecto chaval enterarse de que un pozo en Hiroshima lo arrojaría en Argentina. Allí el General se imponía como figura central de la política y la sociedad, un terremoto destruía la ciudad de San Juan y cincuenta años más tarde lo mismo haría una bomba con la Asociación Mutual Israelita Argentina. Efemérides.
Los días de Asakusa Yanurabi se volvieron monótomos, con un objetivo escrito en su frente que perturbaba su visión en el espejo por no verse realizado. Primero fue una cuchara, después una pala y por fin un sofisticado sistema extraetierra. La locación cuidadosamente premeditada, lo más lejos posible de la playa, de la costa del mar de la isla de Seto, porque su experiencia le dictaba que cuando se cavaba en la arena pronto emergía el agua del agujero. Cacofonía. Agua agujero.
Y la parte trágica. Acá hay que cuidar que el tono sea trágico, bien dramático. Signos de exclamación, ahí va. ¡Aquel pozo que no representaba otra cosa que un agujero profundo, cual la profundidad del mar de la isla de Seto, en la infancia y en la inocencia de Akakusa Yanurabi! Y la tierra que de él extraía, que no era sino el vestigio, las ruinas de lo que algún día sería. ¡Un gran hombre! Padre de jóvenes tan prudentes como él lo había sido mientras cavaba, cavaba y cavaba agotando a cuentagotas la fuente de su juventud. No eterna, efímera, juventud pura. Esposo, más que eso, ¡fiel compañero!, de una hermosa doncella que cuidaría su virtud, ¡hasta la noche de su boda!, para después cuidar de él, de Asakusa, hasta que este pereciera en su lecho. Todo eso sería. No, no sería. Todo eso hubiera sido a no ser por la bomba, por la implosión que con ella se llevo el pozo y la joven vida.
Y acá viene lo contario de una analepsis, porque es para adelante. Buenos Aires a destiempo. Corría el año 1994. Las suelas de los zapatos de una mujer fueron sacudidos de su estable contacto con el piso, una leve pero notoria vibración subió por su cuerpo recorriéndolo hasta llegar al lugar donde se les atribuyó una significación que fue posteriormente relacionada con una noticia leída en el diario. Cincuenta años tardó el estruendo en atravesar el agujero zurcado por Asakusa Yanurabi y llegar a los cien barrios porteños. A uno de ellos, al menos, llegó, como un eco japonés, hiroshímiko, el temblor desde el mar de la isla de Seto. Como un sacudón sin viento. Partículas de aire japonés volando por Buenos Aires. Y qué extraño, estadounidenses, japoneses, judíos y menems estaban involucrados en la cuestión. Y cabía en la unión de esos dos átomos de oxígeno la política, la violencia, la guerra y la estupidez.
Otra no queda, tiene que haber sido así, sí o sí.
Años de recapacitación, meditación, aproximación, teorización y otros ción y la conclusión es esta: Promediaba el año 1944 cuando. O mejor empezar con: Érase una vez un joven japonés llamado Asakusa Yanurabi, criado en la costera y apacible, por ese entonces, ciudad de Hiroshima. ¿Hiroshima es costera? Google. Wikipedia. Érase una vez un joven japonés llamado Asakusa Yanurabi, criado en la costera y apacible, por ese entonces, ciudad de Hiroshima, que fue fundada en 1589 sobre la costa del mar de la isla de Seto, y tiene una población estimada de 1.157.962 personas, una densidad de población de 1.279, 5 personas por km² y una superficie total de 905,01 km². Asakusa era un muchacho tranquilo. Un muchacho tranquilo suena mediocre. Asakusa no llevaba el viento en la sangre, como todo buen muchacho japonés, cortés y burgués, sabía reprimir en tiempo y forma sus instintos y pasiones. Respetuoso de quienes lo precedieron en el honor de portar su mismo apellido, es decir, sus mayores, disfrutaba de pasar horas mirando el cielo y el mar (la costa del mar de la isla de Seto), permitiendo a su mente deambular por rincones éxoticos de su imaginación, mientras pretendía escuchar las historias que su abuelo remitía. Una tarde de marea baja, en el que la ausencia de viento y olas obligaba al joven a atender las palabras del anciano, se enteró de la teoría. Fue una revolución para su intelecto chaval enterarse de que un pozo en Hiroshima lo arrojaría en Argentina. Allí el General se imponía como figura central de la política y la sociedad, un terremoto destruía la ciudad de San Juan y cincuenta años más tarde lo mismo haría una bomba con la Asociación Mutual Israelita Argentina. Efemérides.
Los días de Asakusa Yanurabi se volvieron monótomos, con un objetivo escrito en su frente que perturbaba su visión en el espejo por no verse realizado. Primero fue una cuchara, después una pala y por fin un sofisticado sistema extraetierra. La locación cuidadosamente premeditada, lo más lejos posible de la playa, de la costa del mar de la isla de Seto, porque su experiencia le dictaba que cuando se cavaba en la arena pronto emergía el agua del agujero. Cacofonía. Agua agujero.
Y la parte trágica. Acá hay que cuidar que el tono sea trágico, bien dramático. Signos de exclamación, ahí va. ¡Aquel pozo que no representaba otra cosa que un agujero profundo, cual la profundidad del mar de la isla de Seto, en la infancia y en la inocencia de Akakusa Yanurabi! Y la tierra que de él extraía, que no era sino el vestigio, las ruinas de lo que algún día sería. ¡Un gran hombre! Padre de jóvenes tan prudentes como él lo había sido mientras cavaba, cavaba y cavaba agotando a cuentagotas la fuente de su juventud. No eterna, efímera, juventud pura. Esposo, más que eso, ¡fiel compañero!, de una hermosa doncella que cuidaría su virtud, ¡hasta la noche de su boda!, para después cuidar de él, de Asakusa, hasta que este pereciera en su lecho. Todo eso sería. No, no sería. Todo eso hubiera sido a no ser por la bomba, por la implosión que con ella se llevo el pozo y la joven vida.
Y acá viene lo contario de una analepsis, porque es para adelante. Buenos Aires a destiempo. Corría el año 1994. Las suelas de los zapatos de una mujer fueron sacudidos de su estable contacto con el piso, una leve pero notoria vibración subió por su cuerpo recorriéndolo hasta llegar al lugar donde se les atribuyó una significación que fue posteriormente relacionada con una noticia leída en el diario. Cincuenta años tardó el estruendo en atravesar el agujero zurcado por Asakusa Yanurabi y llegar a los cien barrios porteños. A uno de ellos, al menos, llegó, como un eco japonés, hiroshímiko, el temblor desde el mar de la isla de Seto. Como un sacudón sin viento. Partículas de aire japonés volando por Buenos Aires. Y qué extraño, estadounidenses, japoneses, judíos y menems estaban involucrados en la cuestión. Y cabía en la unión de esos dos átomos de oxígeno la política, la violencia, la guerra y la estupidez.
Otra no queda, tiene que haber sido así, sí o sí.
2 comentarios:
Impactante! hermoso lenguaje, una poderosa historia, un cuento perfecto
Muchas gracias Subiela! De verdad.
Lucila
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