El hombre camina la madrugada y su historia, que cede bajo el peso del agua, expandiéndose, acumulándose en sus ojos. Su historia. Porque esa tibieza le pertenece, la ha robado de las garras del tiempo y del sueño del otro, de su mitad durmiente, la barba apenas insinuándose en la noche, el remolino de la axila, el abrazo fuerte. Y llueve. Y el hombre, hace unos instantes, susurró que iba y volvía, un trámite fácil en la mañana de nadie, aunque él cortará la vida con la tijera de las decisiones. Porque no se trata de caminar bajo la lluvia y mojarse el ruedo de los pantalones. Dejó el paraguas en aquel espacio tierno, donde el amante fingía el reposo con los dientes clavándose en la almohada. Señal inequívoca, porque afuera se derrama la tristeza por las calles de una ciudad que nunca está triste, al menos en apariencia. Entonces, aquel cuervo negro de alas secas, estático en un rincón, lo llamó. Escondida en el entramado de metal, la carta, la vista empañada, la letras bailando, podrías ser mi hijo, pero él es su hijo. ¿En qué momento lo desconoció para hacerlo más suyo aún?
Ha llegado a destino. La lluvia es intensa. Ya no hay más palabras para el hombre que ha contratado su propio asesinato y, por fin, el silencio.
Ha llegado a destino. La lluvia es intensa. Ya no hay más palabras para el hombre que ha contratado su propio asesinato y, por fin, el silencio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario