sábado, 17 de octubre de 2009

Molinos de palabras – Rafael Vázquez


La primera arma de todo enemigo es el camuflaje, y Don Quijote sabe que su adversario ha aprendido a ocultar perfectamente su presencia.

Concluye que debe poseer unas dimensiones ciclópeas, pues es capaz de hacer desaparecer montañas de un día para otro, desviar ríos, modificar horizontes; igualmente ha podido crearse una hipotética imagen de su forma y figura a partir de las huellas de sus embestidas.

Si bien los demás hablan de ilusiones ópticas, de desvaríos, de productos de la sinrazón, el ingenioso hidalgo ve en todo ello la obra de quien quiere marcar su vida como una cicatriz que le cruzara toda la piel.

Algo ha cambiado sin embargo desde hace tiempo, en concreto desde el épico episodio de los molinos de viento; su enemigo da muestras de haber resultado herido en esa batalla, su ritmo de combate ha disminuído, su técnica se ha tornado más torpe, sus ataques reflejan debilidad.

De este modo Don quijote está seguro de que si consigue camuflarse correctamente entre las frases del paisaje, detrás de símbolos y apariencias, sólo entonces logrará arrebatarle al autor de su locura y sus desdichas la otra, la única mano que aún conserva.

2 comentarios:

Rebeca Gonzalo dijo...

Apoteósico final metiendo de por medio a Cervantes. ¡Enhorabuena!

José Niño dijo...

Buen final, amigo. Felicitaciones