viernes, 25 de septiembre de 2009

Tequila - Mónica Sánchez Escuer


Aquí nadie aguanta el peso de los días. El tiempo se revuelve todito. Dicen que es por tanta espina, tanto maguey que azulea los cerros y ataranta el aire cuando se cuece. Ni la bendita bebida que lleva el nombre del pueblo, lo salva a uno, sólo le hace creer, unas horas, que las penas no existen. Y sí, Fulgencio, el tequila en Tequila, sabe distinto, raspa la garganta y le enciende a uno la voz y el cuerpo luego, luego, como si se llevara el polvo y el olor del agave cocido en cada trago.
Mejor nos vamos. Heladio no nos va a extrañar en el entierro. Y no me quiero embriagar.
Dicen que murió de tiempo, que lo tenía todo perdido, que hablaba con los muertos. Y todos saben que quien muere así, muere sin prisa, así nomás, de un día para otro. No había nada que hacer. Heladio siempre tuvo los horarios torcidos, ¿te acuerdas?, salía de noche y dormitaba de día, miraba como de lejos, de a poquito, y así mareaba a todas las mujeres que se tropezaban con sus ojos.
La última vez que lo vi me dio miedo. Estaba todo encorvado y sin recuerdos, calladito, miraba con odio el cielo como si el sol le hubiera achicharrado la memoria. Y luego, con el mismo coraje, me miró de frente. Creí que se me iba echar encima y salí corriendo. Dicen que los muertos siempre regresan con las rabias y los minutos volteados. Mejor vámonos, hermano, qué tal que Heladio se nos despierta buscando venganza. Si yo no sé por qué lo hicimos, por qué nos la llevamos. Ni estaba tan buena la tal Aralia. Tanto pleito por las tierras, por la herencia de papá, tanto tequila, y las malditas nalgas de su mujer que iban y venían, todito nos encendió los cojones esa noche. Y ¿para qué? Ni las tierras, ni la vieja. Pero la Aralia ya andaba mala cuando nos la llevamos al cerro. Sí, yo me acuerdo. Cuando tú terminaste, ya tenía los ojos en blanco. Yo nomás la tuve como quien tiene un cuerpecito dormido, y no me gustó, Fulgencio, no me gustó. Ándale, vámonos antes de que el viento levante la tierra seca y las cenizas y el olor dulce del agave quemado, no vaya a ser que todo se nos trepe y terminemos como Heladio, nuestro hermano, sin hallarle pies ni cabeza al día, a la noche. A la culpa.

Tomado de: http://monicaescuer.blogspot.com/

2 comentarios:

Florieclipse dijo...

Excelente reproducción del habla de los pueblos de México.

rolando aqui de nuevo dijo...

Cuales cojones????, chingao¡¡¡, son huevos¡¡¡¡, tenían los huevos calientes esos hijos de puta¡¡¡¡.
Ji ji ji ji ji, además, de donde Aralia es un nombre común en la ruralidad jaliciense???. Nadie habla como Rulfo dijo que hablaban en "El llano en llamas" o "Pedro Paramo" en los altos de Jalisco; son un poco más incomprensibles...