lunes, 21 de septiembre de 2009

Ostras para el desayuno – Sergio Gaut vel Hartman


Despertó. Había estado soñando con la fama, el éxito, premios y aplausos. No, se dijo; eso no es el sueño. Esa es mi vida. En el sueño vivía mi vida verdadera. Sólo que en el sueño… algo estaba torcido o era incorrecto, aunque no podía recordar qué…
Estaba desnudo, sentado en la cama. Las sábanas de raso azul formaban olas que rompían contra su cuerpo. Afuera, el sol, prepotente, aporreaba los cristales de la ventana y una suave brisa otoñal movía las cortinas. Se sentía en forma, pleno, estupendo. Se desperezó largamente, sin apuro y se levantó de un salto, se metió bajo la ducha y dejó que el agua le acariciara los hombros, la espalda, los muslos… ¿Qué más había en el sueño? Vi algo, sentí algo. ¿Una mancha? ¿Un hueco? ¿Una sombra que reptaba en los límites de la percepción? Se secó distraído y dejó que su mente reptara a lo largo de un túnel. Emergió en la cocina, donde sirvientes invisibles, quizá ni siquiera humanos, habían preparado un suculento desayuno. Huevos revueltos, croissants, tostadas perfectas y mermelada de moras, café, jugo de naranjas, tres ostras del Báltico. Sólo yo puedo comer ostras a esta hora, pensó, y dejó que el pensamiento sonriera, liso y flexible, tan suelto como puede permitirse un ser lujoso y célebre.
Camisa de seda azul, su color favorito; pantalón de lino blanco, mocasines de cuero de gacela. ¿Y ahora? El sueño regresó, como un torbellino de arena en el desierto y pasó llevándose el placer de las ostras. No es casual, pensó; nadie puede estar satisfecho con algo tan trivial. Regresó a la mesa de caoba en la que, una vez más, los servidores habían acomodado los alimentos y repuesto el café caliente. Comió todo con devoción, con voracidad animal. Se manchó la camisa y el pantalón y debió cambiarlos. Pero tengo cien camisas de seda, pensó, y puedo darme el lujo de no usar la misma dos veces. Volvió a sonreír. Cortó la camisa y formó una larga tira azul, sin saber por qué. Sí sé, respondió a la pregunta no formulada. Voy a estrangular al ser que acecha desde el sueño. Parece una tontería, pero debo estar preparado. Cuando salga…
Tenía una entrevista con su agente; la canceló, fastidiado por la posibilidad de que ese piojoso fuera el dueño de la criatura del sueño. Se detuvo en el centro de la sala y miró a su alrededor. Olfateó el aire y comprendió algo que saltaba a la vista: no era algo que tuviera que ver con el sueño, era algo que tenía que ver con él. Corrió a la cocina, horneó un pan de molde y sin esperar que se enfriara lo cortó en rebanadas, les puso manteca en abundancia y sal, mucha sal. Comió con mayor avidez aún: tenía hambre, ¡hambre! Era eso. No importa cuán rico y famoso seas: cuando el hambre te domina todo lo demás se derrumba. Se limpió las migas con el dorso de la mano. Pero el hambre, en lugar de aplacarse, parecía haber aumentado. Es el monstruo del sueño. Se alojó en mi estómago y traga todo lo que trago.

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