lunes, 21 de septiembre de 2009

Blancanieves y los tres Reyes Nabos - Daniel Frini



Érase una vez, en un claro de un bosque muy oscuro y a eso de las seis de la mañana. Blancanieves estaba barriendo la entrada a la casita de los enanos que hacía más de una hora habían salido para trabajar en la mina; cuando, de pronto, se movieron las ramas más bajas de los árboles cercanos. Como fantasmas, aparecieron tres personajes ataviados con ropajes reales y montados en camellos. Blanca se llevó su mano a la boca, intentando reprimir un grito de terror.
—No temas, niña— dijo uno de ellos —Sólo buscamos ayuda.
—Los señores … son…?— interrogó ella
—Mi nombre es Melpar— dijo uno de ellos, de larguísima barba blanca —A mi derecha está mi colega Galchor; y el de mi izquierda es Basaltar…
—¡¡Y se cayó!!— dijo el mencionado Galchor.
Él y Melpar comenzaron a reírse de manera estruendosa.
—Siempre la misma joda pelotuda— dijo Basaltar, de tez azabache y ojos saltones.
—¿Y porqué montados en camellos?— preguntó Blancanieves.
—Porque venimos de Oriente, siguiendo aquella estrella…— dijo Melpar
—¿Cuál, aquella que se mueve allá?— dijo la joven, señalando el cielo, hacia el norte donde se veía una luz moviéndose velozmente, en la claridad creciente del amanecer.
—Si— contestaron los tres reyes al unísono.
—Ese es el vuelo de Air France que va de Tel-Aviv a Frankfurt, y pasa todos los días más o menos a esta hora.
—¡¡Te dije!!— gritó Galchor
—Pero, hay que ser pazguato…— acotó Basaltar
— Bueeeno… — se disculpó, empequeñecido, Melpar —debo haber confundido las luces cuando se cruzaron en el cielo del Líbano…
—¡Me parecía que se movía muy rápido!— volvió a la carga Galchor —¡Casi se nos mueren los camellos!¡Mirá, la lengua afuera tienen!
—Ya decía yo que el paisaje no era muy desértico…— pareció descubrir Basaltar
—¿Y ahora?— preguntó Galchor
—Se los ve cansados, y a los camellos también— dijo Blancanieves —Déjenlos que abreven a la orilla del arroyo; y pasen a la casa que les serviré algo para reponer fuerzas. La casa no es mía. Yo también soy invitada aquí, pero mis amigos no harán problemas.
Cinco horas después, se abrió la puerta de la casa. El primero en salir fue Melpar, con los ojos abiertos de asombro y un gesto de incredulidad en la cara. Estaba vestido sólo con un calzoncillo tipo boxer, rojo con dibujos de ositos Winnie Pooh. Calzaba sus botas de cuero de antílope con los cordones desabrochados, y llevaba puesta una sola media de color verde. Arrastraba displicentemente su capa carmesí con bordes de armiño; tenía su estola atada a modo de vincha y su corona de oro colgaba en un brazo, como si fuese un casco de moto. Unos segundos después apareció Galchor, apenas cubierto con su capa de color azul marino, abierta, descalzo y restregándose las asentaderas, con una mueca de dolor en su rostro. De los tres, el más compuesto al salir fue el negro Basaltar que, al menos, tenía puestos sus pantalones y su camisa; aunque ambos desabrochados. Bajo el brazo llevaba, en un bulto incierto, el resto de las ropas de los tres.
Ni siquiera miraron atrás.
Bajo el pequeño alero de la casita, quedó Blancanieves, en baby-doll agitando desganadamente su mano, mientras saboreaba su último Virginia Slim.
—¿Qué hacemos ahora?— dijo Melpar, cuando ya estaban en camino, montados en los camellos.
—Esperá. Acá tengo anotado que a un día de camino está la bruja esa, que vive en la casita de chocolate— dijo Galchor.
—No, esa dejémosla para el último— propuso Basaltar
—Bueno, tenemos a la que trabaja de sirvienta para su madrastra…— siguió Galchor.
—¡Ahí!¡Vamos ahí!— dijo Melpar —De todas maneras, la que más me gustó fue esa hermosa joven que estaba en la cajita de cristal
—Si, pero sos un animal. Ni siquiera la despertaste— amonestó Basaltar
—¿Y qué? Si hace como ochenta años que está así— se defendió Melpar. Y cambiando de tono, agregó
—Hay que felicitarte de verdad, Negro. Tuviste una excelente idea
—¿Cuando hay que devolver los camellos?— preguntó Basaltar
—¿Y los disfraces?— preguntó Melpar.
—La próxima vez, yo voy arriba— dijo Galchor mientras buscaba la mejor posición en la montura, para aminorar el dolor.
Cuando se perdieron de vista, Blancanieves pareció despertar de un ensueño; y pensando en voz alta dijo:
—¡Menos mal que la Bella Durmiente me avisó que venían! Ahora, le mando mi paloma mensajera a Cenicienta, para que los reciba— y agregó, mientras soltaba al ave —¡Vuela, palomita, vuela!¡Avísale a mi amiga que hacia ella va la diversión!
De improvisto, sonó un fortísimo ¡PUM! Y la paloma se desvaneció en el aire, en una explosión de bermellón y plumas.
—¡Ufa!— dijo Blancanieves —¡Otra vez el cazador se peleó con Caperucita! Bueno. Mejor le mando un mail a Cenicienta…

1 comentario:

princesa_bacana dijo...

Muy bueno Daniel! Gracias por el humor!