El hombre recién llegado se sentó a la mesa iluminada por la tenue luz de las velas, ante la ansiosa mirada de Silvia. Ella estaba entusiasmada de recibir al visitante y usaba el vestido negro que él le había regalado tres años antes, para su último aniversario.
El penetrante aroma de la carne asándose en el horno que provenía de la cocina se mezclaba con el dulce olor de los ardientes sahumerios hindúes, que transmitían energía y magia al ambiente. Ernesto adoraba la carne al horno con papas (ella recordaba que era su plato favorito) y el reencuentro era una oportunidad inmejorable para agasajarlo.
—Estás igual a la última vez que nos vimos —murmuró Silvia, mientras recorría al hombre con la mirada—. Parece que el tiempo no hubiera pasado para vos.
Ernesto la observaba en silencio, pero sonriente. Estaba tan sorprendido como ella de haber podido concretar aquel reencuentro después de tantos años de ausencia y melancolía.
Sobre la mesa, Silvia había dispuesto una botella de exquisito Syrah argentino, perfecta para la ocasión. Sin embargo, en el momento del brindis, un acontecimiento fortuito hizo que la velada se interrumpiera abruptamente. Sin que la anfitriona tuviera tiempo de impedirlo, el huésped tomó, por error, la copa invertida a través de la cual ella había invocado su presencia, y se esfumó repentinamente en el humo de las velas, dejando a la viuda nuevamente sola y envuelta en llanto, con la cena a punto de ser servida.
2 comentarios:
Totalmente sorprendente.
Muy buen cuento
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