Me miraba las manos y pensaba si habría modo de deducir la divisibilidad de un número con las manos.
—Sí, hay un modo —dijo el Golem.
Yo lo miré azorado. El mero hecho de que el Rabino Löw se fuera a jugar bridge con el Abate Suger no podía ser óbice para que el Golem anduviera suelto. Creo que fue en ese momento en que sospeché que algo andaba muy mal con el servidor del Golem.
Me miró desde sus no-ojos surcándome la cara con su visión guiada por láser y siguió contestándome la pregunta que yo aún no había exteriorizado.
—Sucede que todos olvidan algunos números para dividir y ahí está la clave.
Por mi parte no podía hablar. Como si con esa voz cavernosa no bastara para congelarme, su aliento era tan horrendo que me dejó sin respiración.
Cuando entró en la habitación el Rabino, se me cayeron las últimas páginas del Libro de la Cábala. Sonrió cómplice y me dijo
—Menos mal que el papel del Golem lo tengo yo, si no, qué cosas combinarías con ese libro y tu imaginación.
Se fue al terminar de decir esas palabras, pero antes de que cerrase la puerta, el Gólem ya estaba ahí, guiñándome uno de sus no-ojos.
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