domingo, 19 de julio de 2009

Encuentro en el bondi – Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman


Llevaban unas dos horas de viaje cuando se animaron a entablar conversación.
—¿Adónde viaja? —preguntó el hombre de larga barba blanca que ocupaba el asiento junto a la ventanilla.
—Viajo hasta el cuerpo negro —respondió el otro—, en busca de átomos sonoros y viejas canciones para apagar mi tristeza.
—¿Canta usted?
—Canto, sí, ¿y usted?
—Yo le canto al cuerpo eléctrico.
—Mire usted. Yo le canto al cuerpo muerto de mi amada.
—¿Sí?
—Sí. Sus ojos se cerraron... y el mundo sigue andando, su boca que era mía ya no me besa más, se apagaron los ecos de su reír sonoro y es cruel este silencio que me hace tanto mal.
—Es triste, sí —dijo el de la ventanilla—. Lo que importa es la vida. Allí fluye la sangre. ¡La misma vieja sangre! ¡La misma roja sangre fluye! Allí un corazón se contrae o se dilata, allí están todas las pasiones, deseos, alcances, aspiraciones.
—La vida se fue, amigo —dijo el del pasillo—. Fue mía la piadosa dulzura de sus manos que dieron a mis penas caricias de bondad, y ahora que la evoco hundido en mi quebranto, las lágrimas pensadas se niegan a brotar, y no tengo el consuelo de poder llorar.
—Entonces no llore. Míreme a mí. Soy fuerte y sano. Soy inmortal. Soy sagrado. Por mi fluyen sin cesar todas las cosas del universo. Todo se ha escrito para mí.
—¿Le parece que mi alma herida curará alguna vez?
—Que su alma se alce tranquila y serena ante un millón de universos. Míreme a mí. Me alejo como el aire, sacudo mi bucle blanco en el sol fugitivo. Vierto mi carne en remolinos, y la dejo arrastrar por la mueca del encaje.
—Gracias, amigo. Me ha hecho bien hablar con usted; cuando lo vuelva a ver no habrá más pena en mi alma. No lo olvidaré jamás.
—No tiene por qué dar las gracias. Somos poetas, ¿no?
Ambos se durmieron al mismo tiempo. Cuando el bondi llegó a destino los asientos estaban vacíos, para desconcierto de los conductores, que los habían visto subir y nunca los vieron descender.

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