Querido diario:
Hoy estoy melancólico y el recuerdo de mi padre nubla cualquier posibilidad de alegría.
Lo extraño tanto que —no me duele confesarlo—, odiaba hasta su sombra, porque después de las cuatro de la tarde, invariablemente, ponía sus ojos en blanco, como huevos cocidos y empezaba a balar.
Y no es que me importara que mis amigos se rieran de él. Total, la gente se ríe de cualquier bobería. Pero uno, desde lo más hondo, siempre desea que los seres amados no sean tocados por los demás ni con el pétalo de una risa.
Algunas veces pasaba la vecina y él apretaba esos glúteos enormes; la mujer serenamente le decía: "Hola don Emeterio, cada vez pellizca usted mejor"...
Por lo demás, era un señor normal como cualquiera. Es cierto que se quitaba las piernas para dormir —nunca lo negaré—, pero el dedo gordo de su pie le causaba profundos malestares.... Carajo, siempre sospeché que tenía gota y nunca fue con el veterinario.
Una vez, me parece verlo, sin más ni más extrajo su dentadura con todo y maxilar inferior...
—¡Papá, no hagas eso, es de mala educación sacarse los dientes cuando uno come! —dije.
—Tenía comezón —contestó. Tan inocente como era, luego rió y escupió la lengua.
Por eso, cuando dan las seis y media —más o menos— su imagen empaña algunas tardes y las convierte en mendrugos.
Me hubiera gustado ser como él, aunque mi sombra dice que no todos tenemos el don de la simpatía.
Bueno, a veces he pillado a mi perro atacarse de risa cuando introduzco mi mano por una oreja y la saco por la otra... Pero eso es harina de otro costal.
Debo partir, es hora de colocar nuevamente cada uno de los cabellos que me arranqué mientras escribía.
Hasta mañana, querido diario...
Tomado de:
http://rojanota.blogspot.com/
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