Parecería una partida normal, pero había un pequeño detalle. Usaban cartas de Tarot. Las más poderosas que el dinero, o la violencia, podían conseguir.
Los Arcanos Menores podían usarse para mil partidas de juegos intrascendentes. Juntar sotas, oros, bastos, copas. Números y combinaciones. Pero ese no era un juego de azar. Por ello sólo usaban los Arcanos Mayores, esas pocas cartas que resumían el destino completo. Las ponían en el centro de la mesa en una configuración nueva, ni Clementine, ni la cruz celtica, ni el hexagrama. No buscaban la cartomancia. Cada uno llevaba una herida en la palma, creando un dibujo preciso, un signo del cual brotaba su sangre, marcando cada figura. Nadie sabía qué arcano iba a ponerse a continuación, cada uno cambiaba el significado completo de la partida. Los enamorados, el loco, el hombre ahorcado puesto al revés flotando hacia la libertad en vez de colgar de la muerte. Había un número limitado de movimientos y cada uno era vital, en más de un sentido. Todos y cada uno de los participantes estaban jugándose su destino. Años, generaciones, los hijos de sus hijos. Por ello, porque creían en el poder de mañana, llevaban cartas escondidas, marcaban signos propios, tocaban viejos amuletos ocultos entre sus ropas. Había que mover los hilos que controlaban cada vida. Tal su poder. Pero ¿cómo podían saber que eran las cartas las que jugaban con ellos? ¿Las sonrisas impresas en cada figura prefiguradas por el sino? El destino temblaba a su alrededor: una vela podía caer o no en la paja en la casa de junto, un puñal podría saltar a una mano sorprendida y atacar a uno de ellos, una vena estaba a punto de romperse en un cuerpo tenso por el juego. Ignoraban que alguien más maneja a las cartas. Más poderoso, más lejano y omnipotente.
El hombre que escribe, el lector bajo la luna. Tal su poder… Pero del mismo modo que los hombres que ponen las cartas del tarot sobre la mesa no pueden ver las líneas que los controlan, nosotros no vemos que somos Arcanos de un tarot del que ignoramos todo, y que alguien reparte en este instante.
Los Arcanos Menores podían usarse para mil partidas de juegos intrascendentes. Juntar sotas, oros, bastos, copas. Números y combinaciones. Pero ese no era un juego de azar. Por ello sólo usaban los Arcanos Mayores, esas pocas cartas que resumían el destino completo. Las ponían en el centro de la mesa en una configuración nueva, ni Clementine, ni la cruz celtica, ni el hexagrama. No buscaban la cartomancia. Cada uno llevaba una herida en la palma, creando un dibujo preciso, un signo del cual brotaba su sangre, marcando cada figura. Nadie sabía qué arcano iba a ponerse a continuación, cada uno cambiaba el significado completo de la partida. Los enamorados, el loco, el hombre ahorcado puesto al revés flotando hacia la libertad en vez de colgar de la muerte. Había un número limitado de movimientos y cada uno era vital, en más de un sentido. Todos y cada uno de los participantes estaban jugándose su destino. Años, generaciones, los hijos de sus hijos. Por ello, porque creían en el poder de mañana, llevaban cartas escondidas, marcaban signos propios, tocaban viejos amuletos ocultos entre sus ropas. Había que mover los hilos que controlaban cada vida. Tal su poder. Pero ¿cómo podían saber que eran las cartas las que jugaban con ellos? ¿Las sonrisas impresas en cada figura prefiguradas por el sino? El destino temblaba a su alrededor: una vela podía caer o no en la paja en la casa de junto, un puñal podría saltar a una mano sorprendida y atacar a uno de ellos, una vena estaba a punto de romperse en un cuerpo tenso por el juego. Ignoraban que alguien más maneja a las cartas. Más poderoso, más lejano y omnipotente.
El hombre que escribe, el lector bajo la luna. Tal su poder… Pero del mismo modo que los hombres que ponen las cartas del tarot sobre la mesa no pueden ver las líneas que los controlan, nosotros no vemos que somos Arcanos de un tarot del que ignoramos todo, y que alguien reparte en este instante.
1 comentario:
Buen post de tarot!! Muy interesante y completo
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