domingo, 21 de junio de 2009

Entre la cocina y el baño – Guillermo Fernando Rossini


Otro sábado sin ella y la casa gritaba su ausencia. Dejó el cigarrillo y el libro que estaba leyendo y se apoyó en el marco de la ventana para mirar la calle empapada por una lluvia interminable. Pasaron dos mujeres charlando animadamente bajo un paraguas compartido; un hombre con un elegante piloto corrió para subir a un taxi detenido en la acera de enfrente. Allá, en la esquina, una mujer, cuya cabeza estaba cubierta por la capucha del impermeable, se movía indecisa.. Volvió a su sillón, a su lectura y a su tristeza. Después de un rato, dejó de leer; recostó su cabeza en el respaldo y cerró los ojos. Otra vez la idea de que la vida ya no tenía sentido le rondaba la cabeza. Se levantó, fue hasta el botiquín del baño y apretó con fuerza el frasco de pastillas. Se miró en el espejo y sólo vio una caricatura, un imperfecto boceto de hombre. Sonó el timbre y Federico apenas relacionó ese sonido con la llegada de alguien; lo registró, más bien, como el molesto zumbido de algún insecto. Sin embargo, dejó de mirarse en el espejo y salió del baño.
En la puerta de calle, Isabel esperaba, nerviosa, el momento del reencuentro. Pensaba explicarle todo acerca de la carta que le había dejado aquella noche, cuando se había ido repentinamente. La puerta se abrió y Federico, apenas sorprendido, la hizo pasar después de un corto pero intenso abrazo. Se sentaron en el living y, mientras ella se sacaba el piloto, él fue a la cocina a preparar algo para tomar. La escuchó encender el equipo de música y, un instante más tarde, una canción empezó a sonar. Suspiró. Lavó los pocillos, sacó la pava de la hornalla y preparó café para los dos. Cuando estaba poniendo el azúcar, tomo la decisión.
La sala estaba oscura y las dos figuras apenas se recortaban contra la ventana empañada.
—Nada es como antes ¿verdad? —dijo uno de los dos.
—Nada. Salvo que estamos juntos —contestó el otro.
—Sí —sentenció el primero que había hablado.
Cuando sintió que el mareo era demasiado fuerte, Isabel se dejó caer hacia atrás mientras veía como Federico ladeaba la cabeza y caía de costado, en su regazo. Trató de levantarse, pero sus piernas no le respondieron.
La noche empezó a invadir la casa. Paseó sus sombras por el hall de entrada, el living, pasó por arriba de los dos cuerpos abrazados en el sillón y, camino a los dormitorios, atrapó entre sus brazos oscuros un frasco de pastillas vacío, tirado en el piso entre la cocina y el baño.

1 comentario:

liz dijo...

me parecio genial, corto, conciso y atrapante!!!