martes, 26 de mayo de 2009

Estiramiento fatal - Sergio Gaut vel Hartman


Estaba suscripto a una organización de escritores que mensualmente le enviaba la lista de los concursos literarios convocados. Veamos que hay, se dijo. Barco de vela, cuentos para niños… vencido. Unicornio, novela. Bah, en mi vida voy a escribir una novela. La fábrica de sueños, cuento. Premio 100 euros; ni para pagar el papel. Veamos éste: Concurso de microficciones El dinosaurio apestado. Microficciones tengo, se dijo. De 100 a 200 palabras. Premio: 10.000 euros. Se puede mandar por e-mail. ¡Ideal!
Revisó a conciencia la carpeta de cuentos breves —de hecho, lo único que escribía— y contó las palabras. Doce, cuarenta, diecinueve. Ninguno de los textos que había escrito llegaba ni siquiera a cien palabras. Se rascó la cabeza y la uña tropezó con un montículo de seborrea. No debe ser difícil estirar un cuento brevísimo para que llegue a cien palabras. Veamos éste.
“Sábado a la noche en la ciudad vacía. Los androides ocupan sus lugares en las tabernas y las plazas, pero la alegría que expresan es tan falsa como la cerveza que beben”. Treinta y dos palabras. Vamos a estirarlo un poco. “Cae la noche sobre la ciudad vacía. Es sábado. Los androides salen de sus casas de plástico, viajan en las cintas de goma que han reemplazado a las antiguas calles humanas y ocupan sus lugares en las tabernas y las plazas, pero la alegría que expresan es tan falsa como la cerveza que beben y escupen casi de inmediato. La Tierra se ha llenado de carne plástica”. Más del doble, sesenta y siete. Otro tercio más. Veamos con algunos adjetivos sabiamente intercalados. “Cae la noche, lúgubre, sobre la ciudad vacía. Es el primer sábado de abril de 2101. Los relucientes androides salen de sus casas de plástico vitrificado, viajan tiesos en las anchas cintas de goma negra que han reemplazado a las antiguas calles humanas y ocupan sus lugares en sombrías tabernas y plazas sin árboles, pero la torpe alegría que expresan es tan falsa como la cerveza agria que beben y casi de inmediato escupen en las secas acequias. La vieja Tierra se ha llenado de fría carne plástica”. Ochenta y ocho. No está nada mal. Con un título suficientemente largo y mi nombre completo casi estamos. “Una herida abierta en la carne plástica”. Diego Damián Martínez Sez. ¡Noventa y nueve! Sólo tengo que meter una palabra en alguna parte.

Una herida abierta en la carne plástica. Diego Damián Martínez Sez.
Cae la noche, lúgubre, sobre la ciudad vacía. Es el primer sábado de abril de 2101. Los relucientes androides salen de sus casas de plástico vitrificado, viajan tiesos en las anchas cintas de goma negra que han reemplazado a las antiguas calles humanas y ocupan sus lugares en sombrías tabernas y plazas sin árboles, pero la torpe alegría que expresan es tan falsa como la cerveza agria que beben y casi de inmediato escupen en las secas acequias. La vieja Tierra se ha llenado de fría carne plástica. Amén.

El escritor separa los dedos del teclado. Una sensación de parálisis lo invade. ¿Qué hice mal?, se pregunta. Le pesan los párpados, se le ha secado la boca, le duele el estómago. Aterrorizado, trata sin éxito de alcanzar el teléfono; el escritorio se dilata y parece una vasta pradera. Hace un esfuerzo supremo y sólo logra tirar el aparato al suelo. Necesito hablar con un médico, se dice. Piensa que el teléfono móvil tiene que estar en alguna parte, piensa gritar pidiendo ayuda, piensa que todo es un mal sueño, una pesadilla y seguramente se despertará de un momento a otro. Deja de pensar. Su mente queda en blanco, tersa, lisa, como dispuesta a recibir un mensaje telepático. Con un último destello de lucidez se pregunta de qué mensaje se trata. No sabe ni puede responderse.

—Este es un mensaje del futuro. Mi pensamiento positrónico llega a tu mente para explicarte qué sucedió con la especie humana, aunque se trate sólo de un juego perverso, ya que te llevarás ese conocimiento a la tumba. La epidemia de gripe canina del 2010, que te afecta y te matará en contadas horas, exterminó a tu gente por completo. Nosotros, los androides, somos los herederos de tu estirpe. Fuimos fabricados en secreto por la corporación Philip Reckard a partir de los diseños de Dick Sheep. Nunca fuimos activados fuera del laboratorio. Pero la última frase de tu ficción, por un azar casi inconcebible, operó el milagro. “Fría carne plástica. Amén”, es todo lo que necesitamos para convertirnos en seres vivos. Gracias.

4 comentarios:

María del Pilar dijo...

¡Muy bueno!

Nanim Rekacz dijo...

Economizar palabras puede ahorrar aflicciones. Lo que puede decirse con poco, no debe decirse con mucho.
Confieso que he pecado.

guiñazu dijo...

a pesar del martilleo de los talleristas de que se pongan las menor cantidad de palabras posibles, en este caso se justifica aumentarlas y florearse con adverbios,adjetivos, pronombres, etc, etc, etc, bueno creo que ya lo inflé suficiente. Muy bueno Saludos Luis

Salemo dijo...

Sobre gustos...Algunos optan por economizar palabras y les sale bien; otros no escatiman en gastos y utilizan medio diccionario y les sale mal. Y viceversa.
Yo, al igual que el autor del relato, antes que nada trato de justificar el esfuerzo neuronal.A veces dudo, pero cuando se plantea algo parecido a lo del cuento, no dudo.Hay 10.000 razones muy tentadoras y me pongo a sus ordenes.
Hizo lo correcto, don Hartman.