Un día por la mañana temprano, una niña de Ciudad Feliz salió a caminar por una gran colina. Observaba a su alrededor que las casas, los caminos, las personas, los animales: era todo color de rosas.
Así vivía, no sabía de la existencia del negro, el rojo, el blanco; no creía en la combinación y la creación de nuevos y brillantes colores. Veía al rosa único y auténtico, lo admiraba por su forma, textura y por la felicidad que brindaba.
Pero al cabo de un instante el cielo rosa se empezó a abrir y dio unos destellos azules que formaron el violeta; de ese mismo orificio salió un rayo de sol, comenzó a llover y se formó un gran arcoíris.
La niña, muy desilusionada al ver que el rosa no era el único color que existía, se angustió y una lágrima deslizó por su mejilla que logró quitar el rosado de su rostro.
Un anciano que pasaba por allí la escuchó llorar y le dijo: “Ni en Ciudad Feliz, la vida es color de rosas”.
Tomado de: http://acuidadfeliz.blogspot.com/
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