sábado, 18 de abril de 2009

La última soledad - Antonio J. Cebrián


Estoy tumbado. La penumbra envuelve la habitación. En la pared de enfrente, una pequeña galería de madera sujeta las cortinas de gasa transparente tras las que se esconde una diminuta ventana ahora cerrada. Están quietas. Que diferente cuando en las sofocantes tardes de verano, la ventana entreabierta dejaba pasar la luminosa claridad del sol que, afuera, derramaba su aliento abrasador sobre piedras, muros y parajes; mientras dentro, en la fresca penumbra, una suave brisa las hacía ondear silenciosamente. Ahora la ventana está cerrada. Hundida en el grueso muro de piedra, parece desprender oscuridad, como si a través de los resquicios de la madera agrietada se deslizara la negrura de la noche que afuera, lo impregna todo como tinta derramada.
Por la puerta de la habitación, casi cerrada, penetra una luz intensa, amarillenta. Tras ella, un grupo de personas cuchichea. Se escucha algún sollozo lejano y el monótono rumor de una oración. Me gustaría tanto estar con ellos, compartir su tristeza y dirigir de vez en cuando una mirada de soslayo hacia la puerta entornada, mezcla de miedo y curiosidad...
Pero no puedo. Porque hoy soy yo el objeto del miedo, y en mi caja de pino -mi última y póstuma posesión- tan solo cabe el silencio, la soledad que embarga las cosas en la noche cuando no hay nadie, la soledad de quien ya no tiene ni la compañía de sí mismo... la última soledad.

No hay comentarios.: