El doctor Lemuel Gulliver y su creador, Jonathan Swift, discutían los pormenores del siguiente viaje.
—Iré a Marte —dijo Lemuel.
—¿En barco? —se mofó el escritor—. ¿Atarás mil águilas a los mástiles para que eleven el navío?
—Utilizaré el principio que me enseñaron los sabios de Laput y lo aplicaré a una burbuja hermética que haré construir con hebras de oro.
—Una costosa burbuja —añadió Swift sin cambiar el tono—. ¿Y qué harás si los marcianos son seres hostiles?
—Les hablaré con tus palabras, leves y persuasivas.
—¿Y si no comprenden tu rebuscado dialecto de Cambridge?
—Usaré algunos de los muchos idiomas que aprendí a lo largo de mis viajes.
—Tienes una respuesta para cada una de las objeciones que formulo, ¿verdad?
Gulliver miró a Swift a los ojos y respondió muy serio.
—Soy un personaje, Jonathan, y por lo tanto vivo en todos los tiempos. En cambio tú, mi pobre creador, estás preso en esa cárcel de carne y huesos.
—En eso te equivocas, querido Lemuel. Aún desde la cárcel, puedo hacer cosas que nunca podrás hacer. —Y sin mediar más explicaciones, Jonathan Swift se sentó ante su escritorio, mojó la pluma en la tinta de nuez y empezó a escribir.
—¿En barco? —se mofó el escritor—. ¿Atarás mil águilas a los mástiles para que eleven el navío?
—Utilizaré el principio que me enseñaron los sabios de Laput y lo aplicaré a una burbuja hermética que haré construir con hebras de oro.
—Una costosa burbuja —añadió Swift sin cambiar el tono—. ¿Y qué harás si los marcianos son seres hostiles?
—Les hablaré con tus palabras, leves y persuasivas.
—¿Y si no comprenden tu rebuscado dialecto de Cambridge?
—Usaré algunos de los muchos idiomas que aprendí a lo largo de mis viajes.
—Tienes una respuesta para cada una de las objeciones que formulo, ¿verdad?
Gulliver miró a Swift a los ojos y respondió muy serio.
—Soy un personaje, Jonathan, y por lo tanto vivo en todos los tiempos. En cambio tú, mi pobre creador, estás preso en esa cárcel de carne y huesos.
—En eso te equivocas, querido Lemuel. Aún desde la cárcel, puedo hacer cosas que nunca podrás hacer. —Y sin mediar más explicaciones, Jonathan Swift se sentó ante su escritorio, mojó la pluma en la tinta de nuez y empezó a escribir.
“Tras su cuarto viaje, el doctor Lamuel Gulliver permaneció algunos meses con su familia, mas no tardó demasiado en volver a sentir el impulso de viajar. Comenzó a construir, con hebras de oro, una burbuja hermética que, supuso, lo llevaría a Marte utilizando un principio que le enseñaron los sabios de Laput. Pero su propósito se vio frustrado por un hecho tan banal como imprevisto: en una taberna de Dublín comenzó a discutir con varios desconocidos, sin advertir que se trataba de rufianes sin escrúpulos que lo despojaron de la bolsa, las hazañas y la vida. No fue aquel un hecho casual: los sujetos actuaban por mandato de la mafia de escritores, una corporación intemporal que ejecuta las órdenes de los literatos y controlan los deslices y rebeldías de los personajes. Fue por eso, y por ninguna otra razón, que el doctor Lemuel Gulliver jamás pudo realizar su quinto viaje”.
—¿Satisfecho? —dijo Swift levantando la vista del papel. Pero habló en vano: estaba completamente solo.
—¿Satisfecho? —dijo Swift levantando la vista del papel. Pero habló en vano: estaba completamente solo.
3 comentarios:
La soledad del poder... Queda espacio, por ende, para un nuevo viaje a Marte! Bien! Bien por el cuento y bien por la fraternidad de los escritores!
Lo peligroso sería que se armara una fraternidad de personajes y formaran un sindicato.
¿Se imaginan? pedirían descanso dominical y otras prestaciones.
Tengo un cuento empezado con ese tema, Carmen. Y lo voy a terminar pronto para dar respuesta a tu demanda.
Publicar un comentario