Obedeciendo a quizás ilógicas termodinámicas sociales acabar en uno de los cada vez más escasos espacios verdes, cuando con no asfaltar el pantano alcanzaba para no andar añorando libertades de aires no tan buenos y mucho menos puros debidos a la curiosa noción de que creer haberlos inventado justifica cualquier exceso en cantidad y necesidad de colectivos, buscar entre tomadores de sol y secretarias con tuppers la posibilidad de sentarse a solas y en sombras, recordar como siempre la ocasión que estando en un banco bajo una palmera leyendo recibir sobre la cabeza y el libro una sopa verde de clorofila, agua de lluvia y mierda de palomas que quizás por días había estado cocinándose en una de las hojas hasta que el viento decidiese que era hora de servirla sobre un incauto para diversión de turistas japoneses y culos de estatuas ecuestres.
Por lo que terminar por descarte y cobardía en la barranca reconquistada por la tozudez de la gente que ha hecho caminos por donde la lógica de funcionarios y arquitectos no transitaba, enfrascarse entonces en lecturas y alimentaciones como pequeño remanso del stress diario, pensar en la no casual coincidencia de que ambos placeres remitan de una manera u otra a la lengua, navegar por jugos gástricos y paisajes ajenos con ímpetus que desdibujan el tiempo y el espacio circundante y que nos convencen que todo es vanidad y anhelo de vientos, un lugar común en el que uno se queda la mayor parte de la vida sólo por comodidad o ignorancia, como peces en una charca seca que se soplan mutuamente para poder respirar la humedad del aliento.
Y sentir quién sabe cuanto después la contundente irrupción de las cosas exteriores, ver ante uno la presencia de un libro negro acompañado por una mujer demasiado austeramente vestida para ser sensata que ordena con prepotencia devocional Diga ‘Sólo Cristo sana y salva’, mascullar como única respuesta una onomatopeya de fastidio y desconcierto que produce una nueva enunciación del dictamen y la ganancia suficiente de tiempo para que uno regrese por completo a las zonas del aquí-y-ahora y pueda desafiarla con un No quiero que sólo tiene el efecto de generar un vicioso círculo de tercos digasólocristosanaysalvas y noquieros que se prolonga por varios minutos y del que sería imposible salir si no fuese por un redentor instante de lucidez que nos permite retrucar con la simulación de la derrota y el intento de llegar a un acuerdo: Está bien, yo digo ‘Sólo Cristo sana y salva’ si usted antes dice ‘Alá es el único Dios y Mahoma su Profeta’.
Ver entonces a la mujer alejarse sabiéndose vencida exclamando Blasfemo, como si eso realmente importara en el infierno en el que voluntariamente estamos metidos, y darse cuenta que todo ha sido en vano, que el mirar manchas de tinta sobre un papel no produce más sentido, que el estómago no contiene más que una repulsiva conjunción de algo que alguna vez fuera pan, queso, mayonesa y fiambre, mientras que el reloj en la británica torre indica la hora de retiro, el regreso a la vorágine, el fin de los tiempos.
3 comentarios:
Cada que leo algo de Saurio debo acomodarme después ambos hemisferios cerebrales, porque me empuja a pensar a velocidades que mis seos no acostumbran.
Me gustó especialmente esa imagen catastrófica de los peces en una charca seca que se soplan mutuamente para poder respirar la humedad del aliento.
Gracias, pero la imagen es de Chuang Tzu, no es mía.
Muchas buenas imágenes y todas encajan: una descripción perfecta de lo que puede pasar por nuestras cabezas en sólo unos pocos minutos, sentados en un parque leyendo, o intentado hacerlo.
Me gustó.
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