miércoles, 8 de abril de 2009

Arístides, Clara, el sol, el cordón de la vereda y el poema de Javier - Héctor Ranea


El amigo Arístides mira hacia arriba esperando a Clara que aparecerá por la ventana. Hace calor y en el bochorno de la siesta los dos viejos —Arístides y Clara— negocian el precio que cobrará él por pintar un tinglado de Clara. Un tipo mira desde lejos hacia el balcón de Clara, del cual pende algo con flores amarillas. Tres nenas pasan mirando al Sol imaginario que se dibuja en el reflejo de un edificio de muchos pisos y blanco.
El calor desespera a dos pibes que miran al cielo sin esperar ni creer en nada. Uno es Javier, el otro nadie lo recuerda.
Arístides cierra trato con Clara a pleno sol y está contento.
Javier se sienta en la vereda con las manos atando sus piernas, mirando arriba, mucho más arriba que Clara o el edificio que simula un Sol. Gana el calor que adormece a medio pueblo, mientras el otro medio se afana en silencio por escamotearle una hora a la siesta.
El viejo Arístides camina hacia la vieja bicicleta puesta al sol, sin remedio alguno. Clara retoma su siesta como después de una pesadilla luminosa. Javier espera una nube, algo de viento el otro pibe. Un Sol benigno, la lluvia pasajera, un cataclismo solar, la montaña derrumbada por el agua, un vendaval que borre el calor. Algo que borre el calor, espera.
La ciudad —piensa Javier, corrigiendo su poema—. Que borre la ciudad —repite—. Y sigue atándose las piernas con los brazos.

2 comentarios:

Francisco Costantini dijo...

Che, me gustó mucho, Héctor.

Ogui dijo...

Gracias Francisco!