A la rru rru nena no te duermas nunca, no pegues pestaña ni labios, quédate despierta mirándome, recuerda el color del odio que te tengo, recuerda que tus ojos son mis ojos, que has heredado la misma confusión inútil, la esperanza de un tal vez mañana. A la rru rru, me canto otras canciones antiguas de radio chicharra, meciéndote en mis brazos las palabras que él dijo antes de irse, mucho antes, cuando el amor podía ser deletreado, cuando galopaba mi noche entera, besando la orilla del abismo, ayudándome a recobrar el aliento del deseo. No hay palabra que pueda definir el antes, nunca entenderás que la tristeza eres tú misma. A la rru rru muerte, viniste a nacer porque no hubo más remedio, por un simple asunto de gravedad caíste entre mis piernas y no lloraste, no lo harás, como si supieras que las lágrimas no solucionan nada, aunque te remezca y pellizque tus manos no lo harás; lo sé porque te miro y una voz monótona responde por ti, un mamamamamá de muñeca a pilas, la que permanecerá conmigo, sin molestar ni siquiera un segundo, sin cagar todo el día o gemir de hambre, de frío, de poco cariño.
Publicado en Ojo travieso, Mosquito Editores, Santiago, Chile, 2007
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