Es domingo y ella lee, porque siempre lee los domingos, hace el amor en la siesta de los sábados, cocina los viernes por la noche y colecciona frasquitos de perfume. El lunes se malhumora porque la sensación de orgasmo del sábado se le fue diluyendo entre las piernas borrando sus huellas al girar la cuerda del despertador y tomar el último sorbo de leche que bebe en las noches antes de cerrar los ojos y entregarse a Morfeo, limpia y despintada.
No creas que todo es tan rutinario, de vez en cuando cambia los muebles de lugar, porque sí, porque se le da la gana o el humor o el deseo de sentir que está en otra casa, o porque el cambio la ilusiona como si hubiera comprado algo nuevo y el paisaje cotidiano cambia. Otras veces hace trueque o da de baja ciertas costumbres por otras o por ninguna y queda un vacío para llenar con algo nunca hecho, ni visto ni tocado. Entonces se transforma o siente que ya no es la misma, pequeñas acciones como un corte de pelo, un rouge nuevo la hacen sentir más viva o le permiten enmascararse detrás de esa imagen que el espejo le devuelve alterada aunque sea sutil la percepción y sólo ella la descubra. Ha consumido veinte cigarrillos, diez más de los acostumbrados. Se amontonan grises y amarillos, colillas amarillas y grises cenizas que parecen un collage despatarrado, levemente atigrado. Quisiera ella tener la fiereza de un tigre y tomar por asalto esa carta cerrada que permanece desde esta mañana sobre la mesa escondiendo noticias. Presiente que son malas y demora su lectura. La vida y la muerte bordada en la boca, dice esa canción de Curro el palmo, y esa es la sensación, esa carta es una boca trémula dispuesta a gritarle un par de verdades, ella la amordaza temporalmente, pone una hilera de libros encima, pero igual persiste en mostrar sus puntas arrugadas, asomándose por los bordes, un sobre común con su nombre y la dirección del laboratorio, que la amenaza como el filo de un cuchillo. Su deseo es olvidarlo, perderlo entre las pilas de papeles de su escritorio y un buen día, cuando ella determine un nuevo cambio que venga a alterar el orden de su desorden, encontrarlo casualmente y abrirlo en un rasguido seco y decisivo. Ahora no. No es tiempo. Que el bordado se diluya en la boca, que se acalle. Los libros que forman una torre irregular seguirán albergando su mensaje secreto. Toma el primero de la pila, lo abre al azar y lee un poema, simplemente porque todavía es domingo y ella lee, porque siempre lee los domingos.
1 comentario:
Uuaaaoooo. Adriana, qué buen cuento. Me ha fascinado. Pude ver el sobre, la mirada de la mujer tratando de juntar valor, la duda y la decisión final de arroparse en lo conocido. Estuve ahí. Gracias.
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