Después de la muerte de Jorge anduve un tiempo juntando los recuerdos, como si fueran ropa sucia, y guardándolos en un canasto con la falsa promesa de sacarlos un día, lavarlos, plancharlos y usarlos, como una vieja camisa, gastada pero cómoda.
No funcionó. La tristeza era tan fuerte que terminé prefiriendo la fatal intimidad de los lugares que habíamos visitado juntos. Cerré la casa y partí hacia la playa, en busca de aquel instante de mágica zozobra, cuando sentados en las gradas de un improvisado anfiteatro, asistíamos a las acrobacias de la joven pareja. Acunados por la música perfecta y desolada del Indio Solari, aquellos chicos brillaban y volaban en torno a un armazón metálico, enredándose en lienzos de colores, cayendo hacia los abismos y ascendiendo de nuevo, como pájaros neuróticos. Así había sido aquel verano. Y ambos nos enamoramos un poco de aquellos acróbatas, rozando con los dedos los cuarenta años destejidos de la trama del tiempo. Así quería volver a verlos y recuperar un fragmento de mi amado muerto.
Tampoco funcionó. En la plaza había payasos, idiotas con guitarras y armónicas, jugadores de ajedrez, pero ellos no estaban. Tonta de mí, pensé. ¿Qué me hizo suponer que estarían en este mismo lugar, tantos años después, volando en pos de la misma bestia invisible? ¡Hay tantas playas!
Abandoné la plaza y caminé hacia el mar. El verano declinaba. Pronto comenzaría el éxodo; el desierto y el silencio ganarían la batalla. Me moví hacia el puerto, alejándome del centro, tratando de hallar a mi fantasma en la penumbra y tardé un momento en advertir al abrumado malabarista que revoleaba sus clavas con pericia pero sin voluntad. Nadie observaba su acto, y me pareció raro que siguiera lanzando y recogiendo, lanzando y recogiendo, en una repetición mecánica de la rutina. Pero de pronto se detuvo, recogió las clavas y me encaró directamente.
—La estaba esperando —dijo.
—¿A mí? —Mi perplejidad era genuina. Nunca habíamos cruzado una palabra, no podía recordarme, yo era una más, perdida entre el público, hipnotizada por los giros y la música.
—Sí, a usted —dijo—. La bestia se llamó a silencio, ¿sabe? No logré sujetarla y ella cayó desde siete metros. Yo también me quedé solo, ¿se da cuenta?
21 comentarios:
Qué bueno encontrar un lugar tan amante de la brevedad como yo.
Muy profundo. Y casi me recuerda las vidas de algunas personas que conozco o que podría haber conocido. Es tan real...
Me encantó Sergio, me gusta el circo (sobre todo Cirque du Soleil), las acrobacias y la gente de ese mundo. Y la historia es realmente hermosa.
Me gusto como arranca el post: "Después de la muerte de Jorge anduve un tiempo juntando los recuerdos, como si fueran ropa sucia".
Saludos desde Madrid.
uf! destila tristeza.
Me gustó mucho aunque me contagió.
Soledades, esperas, búsquedas y encuentros...
Redondito.
Ya se lo dije una vez, don Sergio: le sienta bien la veta poética; y ya me contestó que sola la usa de vez en cuando.
Muy bueno.
No sabía que acá había censura. Mi comentario no se publicó.
No hay censura y no se borró ningún comentario. Presumo que fue un problema técnico. El sistema me avisa por varios medios (directos e indirectos) cuando ha un nuevo comentario. No me llegó nada y no hay nada pendiente. Imagina que no voy a borrar un comentario sobre un cuento mío, así sea la crítica más feroz.
No era crítica y no tenía nada de feroz. Ha de ser mi laptop. Le dan ataques de autonomía.
Si puedes, trata de expresar lo que te provocó el cuento, aunque no sea el mismo mensaje. Amo este cuento y me importa lo que se diga de él, porque además intenté algo nuevo para mí.
Cariños.
Sergio.
No sé si el intento es nuevo, pero ¡salió perfecto! No es triste. Es un canto de alma herida.
Pato. Lo nuevo en mí es el punto de vista femenino. Había escrito desde una perspectiva femenina, pero en tercera persona, nunca en primera.
No es que sea preocupante, no me malinterprete (¿señor?) Hartman, pero pareciera que está planificando un trascendental cambio en su vida. ¡A su edad!
Es que el punto de vista le salió DEMASIADO bien.
Querido amigo. Su intuición es a la vez certera y fallida. No es ESA CLASE de cambio el que estoy... y aquí vuelvo a detenerme, porque "planificando" tiene un fuerte olor a cosa forzada. Yo preferiría usar "experimentando". Es decir, su intuición es bastante certera en lo que se refiere a los cambios. Me he preparado para los cambios durante toda mi vida y espero no dejar de experimentar cambios en lo que me resta de ella. Es la esencia del escritor, como yo lo entiendo. El que descubre en sí mismo una facilidad o una destreza y la usa para escribir siempre la misma ficción, como una suerte de cristalización, más que escritor es el obrero de la fábrica de Tiempos Modernos. No es despreciable, pero no es lo mío. Los cambios que estoy empezando a experimentar, por lo tanto, no son de la clase que a usted le han producido inquietud sino del tipo que lleva a un escritor a crecer como tal, entre otras cosas, aunque tal vez no los buscó ni los estaba esperando siquiera. Déjeme confesar algo íntimo sin ser obvio o explícito: se va a llevar un par de sorpresas conmigo.
Bueno, me quita un peso de encima con lo que me comenta.No crea que es por una cuestión discriminatoria u homofóbica, lejos de mí están esa clase de pensamientos; lo que sucede que me costaría llamarlo por otro nombre, que es lo que suelen hacer los que se deciden por dar ese paso (Sergia no hubiese sido adecuado y vaya a saber con que se descolgaría usted. Siempre esto dicho en el ámbito puramente especulativo). Es un problema que tengo que resolver, pero por ejemplo, nuestro travesti más famoso,F... ( no puedo,no puedo)para mí sigue llamandose Carlos.
Me alegra que siga teniendo la inquietud del cambio y con respecto a las sorpresas, solo le digo que ( a veces me pongo un poco "derechoso")lo estaremos controlando y "el movimiento se demuestra andando".
Saludos, SEÑOR Sergio.
Sergio: intentaré retomar aquel comentario que nunca salió acá la primera vez que leí este cuento.
Me refería entonces a que el texto me despertó una sensación que nunca me había despertado algo escrito por tí. Casi siempre encontraba en tus textos un sesgo de humor y un afán por hurgar en el sinsentido y eso me gusta mucho. Me parece que lo haces con maestría... manejas la ironía de forma formidable.
Este texto me sorprendió. Llegué a pensar: ese no es Sergio. Es un texto muy emocional y sí, ahora que lo mencionas, dejaste salir tu lado femenino. Aunque te diré que me resulta chocante que cuando un hombre deja salir sus emociones, digan que es "su lado femenino".
Me pareció un cuento estremecedor, por el tono intimista, que no sé si sea voluntario.
Bueno, no digo más. Nunca había escrito un comentario tan largo.
Gracias por este regalo.
Querida amiga: hablar de la propia obra suele ser engorroso y conlleva el peligro de hacer apología de lo que debe defenderse por sí mismo. Sin embargo, me atrevo a pegarme a tu comentario porque tocaste un punto sensible del oficio del escritor. Dices: "Me pareció un cuento estremecedor, por el tono intimista, que no sé si sea voluntario". Te respondo: es voluntario. Para alcanzar la tristeza que trata de reflejar este relato, partí de mi felicidad actual y me propuse perderla en la ficción. No creo que se pueda escribir un relato triste cuando uno está triste. Es probable que salga un texto desesperado o ácido, pero no triste. En cambio, si la mente y el corazón se proyectan desde la más pura felicidad, es posible imaginar su ausencia y escribir sobre eso dejando la carne y las ilusiones por el camino. Estoy muy orgulloso de ese cuento. Nunca el escritor está más orgulloso que cuando se propone algo y lo logra. Yo tenía tres objetivos: utilizar una voz femenina como narrador y alcanzar al lector con el impacto de la tristeza son dos de ellos. El tercero es privado, pero pueden triangular el cuento y este comentario y sacar sus conclusiones.
Muy pero muy bueno Sergio. Nunca había leido algo tuyo en este tono. Cuando ya te empezaba a agarrar la mano (o creía que lo estaba haciendo, al menos) me sorprendés con esto.
Te felicito y me alegro que te sientas feliz.
Mira que tu respuesta me ha servido de cátedra. Eso que hiciste se llama método vivencial. ¿Sabes? cuando estudiaba arte dramático salía de las clases hecha trizas, cansadísima por el esfuerzo de crear y creer estados emocionales a partir de la imaginación. Probaré a hacerlo para escribir.
Agradezco tu observación, Carmen. No puedo dar cátedra en sentido estricto porque carezco de la formación teórica para hacerlo. No puedo ser maestro o profesor, tal como se conciben estas actividades normalmente. Pero puedo transmitir experiencias y reflexiones. Parto de la premisa que supone que el escritor que deja de crecer puede dedicarse a otra cosa (y no pongo ejemplos para no ofender a nadie). El feedback que se logra gracias a los blogs, foros, sitios, grupos y listas no es comparable a nada que un creador haya podido disponer en otros tiempos. Y en la medida en que uno se avenga a leer lo que le señalan los lectores, que muchas veces también son escritores, podrá devolver opinión con opinión, vivencia con vivencia. ¿Acaso no es por eso que nos reunimos en estas comunidades virtuales? Más allá de la frivolidad que supone, de que muchas cosas se banalizan y corrompen, estas herramientas nos sirven para que ocurran cosas como estas. Y espero que sigan ocurriendo. Yo, por lo pronto, estoy encantado cuando puedo contar como escribo y más si alguien me lee y opina, aunque sea críticamente, claro.
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