lunes, 5 de enero de 2009

La casa se reserva el derecho de admisión - Sergio Gaut vel Hartman


El homorrino entró al restaurante y sus ojillos buscaron una mesa vacía. La halló en un rincón y se movió con celeridad para ocuparla, pero se frenó cuando una voz aguda y perentoria le ordenó detenerse.
—Aquí no servimos a monstruos. ¡Fuera!
—La ley dice… —El homorrino encaró al guardián y se dispuso a soltar su batería de argumentos.
—¡La ley me importa un carajo! Los monstruos ahuyentan a los clientes. Esto es un negocio, no un cotolengo.
—Escuche: me mantendré en el rincón, entre las sombras, fuera de la vista de los parroquianos.
Un par de paquidontes, los matones del lugar, se ubicaron detrás del homorrino. Eso envalentonó a la seudomorsa, que pudo subir dos puntos en la escala de la prepotencia. —¡Se va ya mismo o hago uso de la fuerza!
—No se altere. —El homorrino comprendió que había perdido la partida—. Ya entendí su lógica. —Giró el enorme corpachón y encaró la salida, pero antes de cruzar el portal se detuvo, recorrió con la mirada las mesas colmadas de indiferentes drilosaurios, cucarañas y sapoides que seguían comiendo y bebiendo como si nada. —Nuestros creadores —sentenció— esperaban otra cosa de los…
No logró completar la frase. La seudomorsa levantó el brazo y disparó su pistola de neutrones casi sin apuntar; el homorrino estalló en un millón de fragmentos y salpicó a todos los comensales.
—Además de repugnante, moralista —rezongó el guardián—. Y ustedes, grandulones, a trabajar o no les renuevo el certificado de aptitud.

2 comentarios:

Elbereth dijo...

Me recuerda a Cordwainer Smith, pero más realista...

Olga A. de Linares dijo...

Excelente