Humbaba, el gigante guardián del Bosque de los Cedros que en los fragmentos del Libro de los Gigantes encontrado en Qumran, se llama Hobabes, además de glotón era un lujurioso en toda regla que robó la mujer a otro gigante llamado Adk. El rapto de la señora Adk –nunca quedó claro si hubo tal, si ella se marchó con él por propia voluntad o Humbaba la depositó en el interior del zurrón de cuero de búfalo que solía usar, sin más trámite, y luego se las arregló para domesticarla–, en cualquier caso, el ataque de celos de Adk fue la señal para que los gigantes en sus tres razas o especies: elio, nafidim y nefilim comenzaran a matarse todos contra todos.
Hasta ese momento, se ocupaban en dar muerte a sus congéneres más débiles para devorarlos, y sobre todo en cazar seres humanos para sus comidas, cuyas carnes, aunque escasas, eran mucho más tiernas. Pero cuando Ada Adk desapareció del domicilio conyugal se acabó el convivir nefilim. En adelante sólo les quedaría el conmorir.
Tan pronto como Adk descubrió la ausencia de su mujer, comenzó la guerra de todos contra todos.
Según parece, en la era antediluviana Adk y su esposa unidos garantizaban el equilibrio entre gigantes y semidioses (protodemonios) en general. Aunque Adk fuese uno de los semidioses o seminaristas demoníacos de peor genio del panteón caído, hijo de un egrégor o ben Elohim y mujer humana, y ella no fuera más que una tañedora de flauta, hija pequeña de Jubal y tataranieta de Caín, cuyo nombre de soltera es Ada, como su abuela.
Humbaba por su parte era un gigante lleno de vida, tanta que su sobaco izquierdo estaba ocupado por una banda de monos babuinos, mientras que el derecho, más húmedo, lo habitaban reptiles y batracios hiperarbóreos y dos docenas de especies de aves, canoras muchas de ellas. El guardián del Bosque de los Cedros estaba hecho de tal modo que al elevar el brazo diestro, la axila ponía en marcha una especie de segundo amanecer a causa de los muchos trinos, en cambio al levantar el siniestro exhalaba barullo y pestilencia simiesca. Es posible que la señora Adk se haya dejado seducir por la riqueza de los sobacos de su raptor.
En cambio lo más seguro es que el guardián del bosque de los cedros resultara flechado por la risa de la señora Adk, que parecía en verdad trino de pájaro procedente de su sobaco diestro.
Pero no hay que atribuir a Ada Jubalova o Jubález, la cólera de Dios que acabó en el diluvio. Tanto daba que los nefilim se mataran entre ellos o no, el egrégor Shemihaza lo dijo con claridad a Ohyah y Aya, los dos energúmenos de hijos que tenía: «Lo siento, estáis perdidos; no viviréis quinientos, ni trescientos, ni siquiera un año más; Yahveh os ha condenado a morir enseguida».
Y los energúmenos fueron golpeados por el anuncio paterno de la muerte inminente, tanto más porque tenían esperanzas de vivir al menos quinientos años; pero ni eso.
Mientras duró el combate de Humbaba con Gilgamesh y Enkidu –nefilim uno y otro–, la señora Adk, que había conocido al rey de Uruk cuando este hacía levantar la muralla de la ciudad a sus jóvenes súbditos imponiéndoles interminables jornadas de trabajo forzado, y abusaba de su vigor de semental con todas las mujeres del reino, la amante de Humbaba, Ada Adk, supo arreglárselas para mantenerse oculta de los atacantes. Y después de que estos consiguieran dar muerte a Humbaba, ella decidió convertirse en la ex señora Adk, porque en vez de regresar con el horrible nafid que era su esposo, eligió plantarlo y volver a la casa de su madre, en los arrabales de Ur, con la idea de emprender una nueva vida con su viejo nombre, Ada b. Jubal.
Y en ello estaba cuando la sorprendieron y arrastraron las aguas del diluvio.
2 comentarios:
Fabuloso.
Lo de conmorir es una práctica no sólo de gigantes.
¿La mujer está antes del Diluvio?
Excelente relato.
Guillermo
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