Pregunta qué hice en estos días, le digo que fui al cine, elogio la música de la película. Enseguida critica a la cantante: “No sabe componer, hacer canciones, tiene buena voz y hasta está bien cuando interpreta canciones de otro”, eso dice.
La banda de sonido era ella, un tema que repetía: las historias siempre empiezan, siempre están empezando: ¿quién puede decir cuál es el exacto comienzo?
Pregunta después si yo estoy saliendo con alguien y tardo en responder. Me quita la ropa, el vestido azul por la cabeza y admira los agujeritos de mis medias. De pronto está viendo mis piernas, mis medias como a la Octava Maravilla del Universo. ¿Cuánto hace que no nos vemos? Cuánto tiempo pasó? El no sabe, no se acuerda. Pero siempre estamos viéndonos, hace un año o más. Yo sé que él ve otras mujeres; él dice que conmigo quiere una relación diferente, que yo soy una mujer con la mente abierta. Que él me quiere. Yo pienso que estoy dándome con él un banquete de migajas. Migajas, nada más que migajas. Nada a lo que pueda echarle un buen bocado, sólo migajas. Conocerlo apenas, es conocerlo bien. Le digo algo de esto, tendida al lado suyo: que creo que seguiremos y seguiremos como hasta ahora, pero nunca terminaremos de pasar la incandescencia del primer encuentro. En cierto nivel, él es lo más cercano al amor que tengo en mi vida ahora, pero así y todo sigue estando lejos. Lo más cercano a una relación que tengo está muy lejos. El cree que es interesante lo que digo. Debe estar pensando en otra cosa cuando lo dice, me doy cuenta. Suelto unas lágrimas y él me abraza fuerte. Igual él tiene que irse y por eso dejo que se robe mis llaves.
Después, uno o dos mensajes donde no decimos más.
Yo quería ser lo más grande de su vida.
Pero nos pasamos todo este tiempo juntos como madrugadas en un bar.
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