Cierto día, un adolescente se encontraba sentado en la banca de un parque. Entre sus manos sostenía un cráneo humano mientras observaba a un muchacho casi de su misma edad, que sentado a la sombra de un árbol escribía algún articulo, carta o algo parecido. Después de pensarlo un buen rato, por fin decidió acercársele para invitarlo a jugar.
—Que tal, soy Emil Cioran. ¿Cómo te llamas tú?
—Hola, me llamo Albert Camus.
—¿Eres extranjero? —preguntó inmediatamente Cioran.
—Así es, soy de nacionalidad francesa —contestó Camus.
—¿Juegas fútbol? —volvió a inquirir Cioran.
—¿Con el cráneo?, ¿no es demasiado fúnebre jugar con eso? —repuso Camus—. El fútbol, es todo lo contrario. Es alegría, júbilo y entusiasmo, es simplemente poesía colectiva.
—¡Lo único fúnebre de esta situación somos nosotros y aquel anciano que yace inerte en aquella banca! —comentó Cioran.
—Eres un pesimista —murmuró Camus con fastidio.
—Y tú absurdo —replicó Cioran irritado y con ironía—. Mejor invitaré a jugar al senil hombre.
—Déjalo en paz —dijo Camus con aplomo.
—¿Lo conoces? —cuestionó intrigado Cioran.
—Se llama Friedrich, es un filósofo alemán y está muerto —aclaró Camus—. Lo que ves es sólo su alma perpetua que no alcanzó ni alcanzará el eterno descanso. Por la aparente osadía de creer ser un superhombre e intentar asesinar a Dios.
—Mejor me voy, eres demasiado incongruente —recalcó Cioran
—Y tu demasiado incrédulo, adiós —se despidió Camus muy molesto poniendo fin a la conversación.
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